Por Guillermo Montesanto
Indudablemente, las fechas conmemorativas suelen traer consigo reexiones, evaluaciones e iniciativas que tienden a la exploración histórica de los eventos. Para bien o para mal, dependiendo del investigador y sus fuentes, algunos sucesos suelen ser más importantes que otros. Este es el caso de la Independencia y la relevancia que tuvo en el destino de lo que hoy entendemos como la República de Guatemala. Hace unos días, en una entrevista, me solicitaron que realizara una lista de los artistas más relevantes de los últimos 200 años.
Como comprenderán, arqueé las cejas manifestando la imposibilidad de tal solicitud porque la respuesta era prácticamente el trabajo de un par de meses. Eso, porque hay que hacer justicia a autores que han sido dispersados por el tiempo y, en cierta forma, olvidados por la historia lejana y reciente. El tema es interesante, debido a lo que ha implicado para los artistas de todos los tiempos fluir a la par de los avatares históricos de Guatemala. En las artes visuales, por ejemplo, es apasionante adentrarse en la interrelación que mantuvieron estas, al filo de 1821, con técnicas como el grabado, dibujo, pintura, escultura y artes aplicadas. Listado al que se suma la fotografía, en 1842, apenas tres años después de que Francia compró la patente y la regaló al mundo. Dinámica que dio trabajo a infinidad de artistas que traspasaron la frontera de los formatos convencionales para trascender como escenógrafos, iluminadores o en las integraciones arquitectónicas.
El tema es interesante debido a lo que ha implicado para los artistas de todos los tiempos fluir a la par de los avatares históricos de Guatemala.
Las escuelas de dibujo, las de escultura y los atelieres particulares recibieron durante casi todo el siglo XIX a estudiantes que se fueron desarrollando en diferentes especialidades. Los impactos de la Sociedad Económica o de la Casa de Moneda son innegables, y representan la base desde la que se proyectaron autores cuya misión formadora se cruzó en el tiempo con las casas contratistas de los Durini (1884), de Antonio Doninelli (1892) y la Escuela de Artes fundada por Reyna-Barrios. Esta última, el centro de atracción de los artistas de la vieja guardia con los técnicos extranjeros que inician la modernidad en este país. ¿El fruto? La generación de Carlos Mérida, cuyo impacto se materializa en la centenaria Escuela de Artes Plásticas (1920), el nacimiento del academicismo regional, los paisajistas y, al final de aquella primera jornada, “la Generación del 40”, cuyo máximo fruto se hace evidente en los murales del Centro Cívico y la evolución de las artes hacia otros estadios como las generaciones del cincuenta, sesenta y setenta.
De acá al final del siglo XX, se dieron cambios estructurales en la gestión, promoción y registro de las artes que dio paso al coleccionismo. El siglo XXI, en plena construcción, se manifiesta en las agendas políticas de los curadores más jóvenes que buscan una identidad asumiendo lenguajes internacionales con temáticas locales. En fin, Guatemala es un país de artistas y estos dos siglos transcurridos nos legan evidencias indiscutibles de los desvelos por los que nuestros protagonistas han pasado. El tema es interesante, debido a lo que ha implicado para los artistas fluir a la par de los avatares históricos de Guatemala