Rodrigo Fernández Ordóñez
Director Presidente Comisión Nacional de Energía Eléctrica
Una de las lecciones más claras que nos deja el estudio de la historia es que las fases de desarrollo o progreso no están garantizadas en sí mismas y que siempre se está en peligro de retroceder. El proceso histórico no solo avanza únicamente hacia el futuro (salvo cronológicamente, claro), sino que en ocasiones puede involucionar y regresarnos a alguna etapa que en un momento dado hubiésemos considerado totalmente superada.
Esta fatal arrogancia de creer que se avanza siempre hacia un futuro de mejora material (se haga lo que se haga), es una dura lección que algunas naciones están sufriendo y aprendiendo incluso en nuestros.
Un ejemplo actual me puede apoyar para ilustrar las ideas precedentes: Afganistán, un país que es noticia en estos días, nos puede servir de ejemplo de forma muy adecuada. Este país fue en algún momento un país vibrante que caminaba hacia un claro futuro de mejora material para su población.
En un año tan lejano como 1946, tuvo la capacidad económica de contratar a la gigante empresa de ingeniería Morrison-Knudsen (que construyó en Estados Unidos la represa Hoover o el puente Golden Gate), para desarrollar obras de infraestructura en su territorio. Siguiendo los pasos del presidente Herbert Hoover creó por esos años la Autoridad del Valle de Helmand, copiando el esquema de la Autoridad del Valle del río Tennessee, responsable en gran parte de la recuperación económica de Estados Unidos tras la Gran Depresión.
Una lluvia de expertos extranjeros llegó al país para ofrecer su experiencia en obras similares en el mismo Estados Unidos o Europa.
Una lluvia de expertos extranjeros llegó al país para ofrecer su experiencia en obras similares en el mismo Estados Unidos o Europa, que para entonces se recuperaba de los desastres de la guerra gracias al esquema del denominado Plan Marshall.
Las nuevas obras y métodos agrícolas implementados permitieron que se incrementara en un 75 por ciento la productividad de los campos en tan solo un año y en algunas zonas se logró incluso realizar dos cosechas al año, principalmente de trigo.
Sin embargo, una aguda crisis política ocurrida en 1978 impidió el cumplimiento del plan de desarrollo trazado. El resto es historia conocida: ese año, tropas soviéticas invadieron el país para apoyar el golpe de Estado que terminó con la monarquía progresista afgana y que en cierto modo había garantizado la unidad en una tierra de multiplicidad étnica y tras 10 años de ocupación militar, con el país reducido a cenizas y con millones de refugiados en la frontera con Pakistán, los soviéticos se retiraron.
Estalló la guerra civil y en 1996 los talibanes, una fuerza militar casi desconocida, de una tendencia fundamentalista antidesarrollista se instauraría en el poder, ocupando la capital Kabul y regresando a su sociedad a la Edad Media, tal cual lo está haciendo en estos momentos.
En todo caso, los programas se cerraron, las obras se abandonaron y el país quedó sumido en la pobreza. Sobre este interesantísimo proceso de involución económica conviene leer al periodista Rajiv Chandrasekaran, en su libro Little America (Knopf, 2012).
El desarrollo no es un estadio al que se llega y se pueda permanecer en él de brazos cruzados; es necesario desarrollar planes de largo plazo que garanticen que este se pueda prolongar en el tiempo.
En el caso concreto de la energía eléctrica en Guatemala, se ha logrado estar en una situación que dista muchísimo de la crisis energética que sufrimos en la última década del siglo pasado; sin embargo, es necesario continuar aplicando criterios de planificación y de optimización de los recursos para garantizar esa energía asequible y sostenible tan necesaria para continuar nuestro avance hacia la prosperidad general y para garantizar que la demanda creciente se pueda seguir atendiendo.
En ningún caso, la vuelta a esquemas del pasado es una opción; la historia ya nos lo ha demostrado por completo.
