Guillermo Monsanto
La Universidad Popular es una institución cuya finalidad está relacionada con las repercusiones, poderosas, que impactan positivamente la vida de quienes transitan por sus aulas.
Allí no solo se trasforma el destino de los educandos, los docentes también operan sus propias metamorfosis en ese maravilloso ejercicio de contacto. Cuando fue fundada, hace 99 años, su intención fue atraer a la clase obrera para darle una nueva perspectiva de vida. Desde ese momento, comenzó una interrelación de ideas y realidades que han dotado al país de pensadores y profesionales que han brillado con luz propia.
Aquellos orígenes, entonces, vincularon a jóvenes profesionales universitarios que buscaban un mejor futuro y formación para los obreros. Con el tiempo, se captó la necesidad de formación que tenía la población sensible al arte y así llegaron programas específicos para las artes visuales y escénicas, subsanando un pendiente con la cultura artística de Guatemala. Cartel que también se abriría a otras diciplinas como la gastronomía o el diseño de modas. De más está señalar el impacto fundamental que estos protagonistas han tenido en la sociedad y el modo en que muchos han trascendido.
En lo personal me ha tocado fluir en la institución desde diferentes posiciones. Como artista y docente he encontrado mi propia dimensión en su vital escenario. Allí se me ha dado el espacio para crear y abstraer ideas a partir de diferentes obras de teatro. Me gusta dirigir para esa sala y más, contar entre mis elencos con mis estudiantes y las ganas que estos tienen de hacer. Son creativos y siempre alimentan mis ideas con sus experiencias de vida. Todos vienen del mundo real y por ende gozan de referentes que muchos nos podemos perder por vivir en áreas urbanas más o menos protegidas.
Cuando fue fundada, hace noventa y nueve años, su intención fue atraer a la clase obrera
Allí he trabajado, también, bajo la dirección de María Teresa Martínez (y de otros destacados directores) compartiendo con estudiantes que deben hacer sus prácticas. He de reconocer que también en ese lado aprendo de ellos ya que tienen frescas la técnica y la teoría. De los papeles que he representado sobre ese coliseo podría decir que es el de Marcos Cuti, de Don Juan Tenorio, el que más me he gozado. La premura vertiginosa tras bambalinas, los textos en verso y la resolución del hecho escénico, hacen de ese espacio un lugar vivencial y energético. No conozco a nadie del valioso claustro que no opine lo mismo: aquel escenario es fundamental.
Como artista visual me ha tocado conocer y fluir con un respetable cuerpo de maestros que entrega la vida por la enseñanza. No hay puerta que, con una buena gestión, no se les abra a los egresados de la UP. Rindo este pequeño homenaje a una institución con luz propia. A una gigantesca escuela de la vida y a su equipo de profesionales.