Paola Bernal, Lucía Ferrer y Miguel Iriarte
Revista Nuestro Tiempo
Deja la siguiente dedicatoria: “Para la Biblioteca, acogedora, luminosa heredera de Alejandría, que en Navarra mantienevivos los sabios mensajes (infinitos) de los clásicos. Con todo cariño, Irene Vallejo”.
Ni siquiera recuerdo una época de mi vida sin libros, cuenta ya a solas. Mis padres eran grandísimos lectores y los libros tienen más antigüedad en mi casa que yo misma. Si no los hubiera tenido, los habría buscado. Vamos a suponer un mundo posapocalíptico sin ellos; yo habría necesitado que la gente me contara historias porque ya de niña a todos los adultos siempre les pedía: “Cuéntame un cuento”. Necesitaba historias, alimento intelectual. Ha sido así siempre.
Sin embargo, su necesidad de la escritura nace también de una herida interior: del bullying que sufrió en el colegio entre los ocho y los doce años, como describe en su ensayo, de la enfermedad de sus familiares y de su “oscuridad”. Aparte de la experiencia del acoso, he tenido mucho contacto con la enfermedad. Primero la de mi padre y luego la de mi hijo, que nació con problemas de salud y pasó meses en la uci neonatal. Se expresa con cuidado, como si pasara los dedos sobre una cicatriz.
He sentido la necesidad terapéutica de la escritura para sobrevivir a esos naufragios.
He sentido la necesidad terapéutica de la escritura para sobrevivir a esos naufragios. Es el origen de mi pasión por la literatura y era importante contarlo dentro del libro. No solo recoger anécdotas ajenas, sino explicar qué relación especial tengo con ella. Contar un episodio de acoso escolar en primera persona en un ensayo era una intuición arriesgada. Recuerdo largas conversaciones con mi editor pensando si lo manteníamos o no.
Según relata, escribió sobre ese asunto para “mandar un mensaje y ayudar a los profesores a saber cómo se vive y cómo se afronta este problema”. Para ella, eso significaba animar a los jóvenes que sufren situaciones similares en el colegio, a los que se les molesta por atesorar “inquietudes, curiosidad, porque les gusta el estudio, porque aman el saber, porque tienen una sensibilidad especialmente desarrollada”.
En su libro desvela que el decreto dictado por el entorno era permanecer callado cuando alguien causaba daño: “Querer ser escritora ha sido una tardía rebelión contra esa ley.
Continuará…