Paola Bernal, Lucía Ferrer y Miguel Iriarte Revista
Nuestro Tiempo
Tras años insistiendo en distintos foros en la riqueza y la vigencia de los clásicos y las humanidades, Irene Vallejo va camino de protagonizar su propia odisea. Su exitoso ensayo El infinito en un junco es una defensa apasionada de los libros como transmisores de conocimiento y vida, un homenaje a las personas que han contribuido a preservar el saber.
Grupos de estudiantes se apresuran hacia el Aula Magna del edificio Central para conseguir un sitio. Las ventanas a los lados, abiertas de par en par, dejan pasar una brisa que roza a los afortunados que han logrado entrar. El aforo está completo y hay expectación.
Asomándose detrás de la mesa, Irene Vallejo se dispone a hablar como invitada al acto inaugural del Día del Patrón de la Facultad de Filosofía y Letras. Escritora y doctora en Filología, ha arrasado con la venta de más de doscientos mil ejemplares de su ensayo El infinito en un junco, un recorrido por la literatura en el mundo clásico.
Con sus 450 páginas, se ha convertido en una rareza del mercado editorial español. Según cifras publicadas por Heraldo de Aragón, lleva 38 ediciones, más de 60 semanas en la lista de éxitos literarios y se va a traducir a 32 idiomas.
La autora señala la importancia del sentido crítico tanto en la historia como en la literatura.
En su intervención, la autora señala la importancia del sentido crítico tanto en la historia como en la literatura. Según dice, frente a la vida acelerada actual y a la primacía de la novedad, no se puede caer en la arrogancia de ignorar el pasado como fuente de conocimiento.
Irene Vallejo defiende los clásicos como los mejores aliados para contar “lo que significa la vida humana a lo largo del tiempo con las palabras más precisas y preciosas”. Una herencia de valor
incalculable.
También remarca la importancia del ensayo divulgativo como puerta a la curiosidad. Aunque su libro es extenso, bromea con que “algo dejó en el tintero” sobre las peripecias y catástrofes que sufrieron los libros hasta la invención de la imprenta. Por el momento descarta una segunda parte, pero invita a los especialistas de los siguientes periodos de la historia a retomar las riendas.
A la salida del Aula Magna, Vallejo avanza por el pasillo rodeada por profesores deseosos de intercambiar unas palabras mientras camina hacia la firma de libros. La filóloga lleva un vestido azul rey que se ensancha y se ondula en la falda, que recoge para sentarse a escribir.
Traza cada dedicatoria en un párrafo con paciencia, cuidando la caligrafía. Abre y cierra los ejemplares como quien acaricia algo muy querido y devuelve a sus dueños un regalo. De las seis horas que permaneció en el campus de Pamplona, destinó una de ellas a estar con sus lectores.
La sonrisa constante de Irene Vallejo le llega hasta los ojos, a través de la mascarilla. Llama la atención su cercanía con los demás, en persona y por escrito.
En su libro, derriba la cuarta pared y dialoga con el público directamente. Ella lo atribuye a su manera de replantear el ensayo: “Me interesaba que abriera puertas a nuevos lectores que temen leerlos, que cambiase la imagen estereotipada de este género como algo frío y cerebral”. Quería llegar a “los que siempre hemos amado la lectura, el saber, el conocimiento y hemos hecho esfuerzos para salvarlos de la destrucción”.
Irene Vallejo se mueve entre la fragilidad y la fortaleza. Rompe el modelo del escritor famoso que da una charla mientras el resto calla. En una mesa redonda organizada para los alumnos de Filosofía y Letras, la filóloga invita a la conversación.
Sabe por experiencia que ellos han recibido comentarios escépticos sobre su futuro laboral en el campo de las humanidades. Les alienta a no rendirse ante la adversidad: “Haced frente a esta presión social que nos dice que elijamos las carreras y las titulaciones presuntamente más pragmáticas y que dejemos de lado esta pasión que sentimos por nuestro pasado, por nuestras raíces, por los caminos por los que hemos llegado a ser lo que somos”.
Continuará…