Marcos Ondarra
Revista Nuestro Tiempo
Y como el ser más trascendente e inagotable es Dios, la experiencia artística nos puede ayudar a acercarnos a Él. ¿La Iglesia debe adaptarse para atraer a la juventud, o ser un faro inamovible por mucho que algunos pierdan el interés por ella? Todos buscamos en primer lugar la felicidad, pero no siempre sabemos dónde encontrarla. La Iglesia la ofrece, porque ofrece a Cristo. Y la renovación de la Iglesia consiste en esto: que cada cual vive su vida como si fuera la de Cristo. Es como ser un intérprete de música clásica.
Tú no has compuesto la pieza que vas a tocar. La ha compuesto un tal Vivaldi. Y tú vas a tocar su pieza tal como está. Pero al mismo tiempo vas a tocar tú. Si sales al estrado e interpretas Las cuatro estaciones con un ordenador, no le va a interesar a absolutamente nadie. El público y Dios quieren ver cómo tú interpretas a Vivaldi. Entonces, ¿se trata de tocar a Vivaldi o de ser tú mismo? Las dos cosas. Haces de Vivaldi algo tuyo. Una vez me preguntó un amigo: “¿Qué sentido tiene que la gente siga sacando nuevas interpretaciones de Las cuatro estaciones?”.
Todos buscamos en primer lugar la felicidad.
En ese momento no supe responder, pero hoy le diría que es clarísimo: cada interpretación es distinta. Una nueva interpretación de la misma pieza.
Y así es la vida cristiana, identificarse con Cristo. Cristo es uno para siempre. Pero nosotros nos queremos identificar totalmente con Él y, al mismo tiempo, conservar nuestra identidad. Y así, con mucha naturalidad, la Iglesia se va renovando. No solo desde arriba, sino sobre todo desde abajo.
El mensaje, que es el mismo Cristo, es siempre igual. Y si alguna vez los jóvenes (o quien sea) no creen en el mensaje, quizá nos podemos preguntar si realmente vivimos el cristianismo como algo nuestro, con coherencia. Así entiende Matis la vida, la música y la juventud del ánima: como excelsos placeres que condimentan toda vida dichosa y que nos acercan a nuestro principio. Por eso, con su personal ora et labora, Matis hace las delicias de Dios a través de cuerdas sublimes. Pues lo sublime es huella de lo divino.