Leonel Guerra Saravia
En nuestro siglo, hemos ido cambiando en lo que es la ética y la moral. A pesar de ese cambio, nos incomoda ver cómo se daña a nuestras niñas guatemaltecas, o a mujeres. Analizando parte de la Historia que estudié, me recuerdo de Lot y sus hijas, que ha dado origen a un tema iconográfico muy representado en el arte a partir del Renacimiento, gracias a su condición de escena escabrosa, que incluye el incesto. Las hijas de Lot se encuentran en un descanso en su huida de Sodoma, donde vivían. Su relación con su padre es bastante extraña: por razones de hospitalidad, las había ofrecido para ser violadas por sus convecinos.
Ellas han perdido a su madre. Viendo que su inevitable destino va a ser la soledad, deciden emborrachar a su padre y tener relaciones sexuales con él, para quedarse embarazadas. En la hacienda latinoamericana tradicional, el “derecho de pernada” tuvo (en ocasiones) las características que normalmente se atribuyen al privilegio señorial de la Edad Media (la entrega de la virginidad de la novia al hacendado en la noche de bodas). La Edad Media europea es una época violenta, especialmente desde la desintegración de las estructuras romanas hasta el siglo XII en que la feudalización se equilibra. En esta primera época, especialmente, existía cierta tendencia o costumbre (no reconocida) de violar a mujeres de estamentos inferiores. No se estaría hablando estrictamente del derecho de pernada, pero sí de un acto de dominación social y criminal. Los siervos, al menos al principio, lo admitían como un mal necesario, amparado por una tradición consuetudinaria. Por tanto, no solo se trataba de una violación, no considerada como tal explícitamente en aquel momento, sino que iba acompañada de una coacción mucho más profunda.
Los siervos, al menos al principio, lo admitían como un mal necesario
En primer lugar, está la indefensión de los afectados que, a menudo, no consentían, pero carecían de medios para defenderse frente a la ira señorial. El señor consideraría una negativa como un acto de rebeldía frente a su autoridad y su poder sobre sus siervos. Por otro lado, el señor feudal desea hacer patente su condición de superioridad, haciendo ver que, antes que esposa o hija, la mujer es sierva, y que antes que obedecer al padre o al marido, debe sumisión a su señor. En tercer lugar, debe tenerse en cuenta el servilismo de algunos campesinos, esposos o padres de las afectadas, con ánimo de lucro, puesto que le estaba prestando “un servicio”, actuando como un verdadero proxeneta para su señor.
Por último, no debe olvidarse que, al igual que ocurre actualmente, la víctima se siente culpable de su propia deshonra y no puede, generalmente, denunciarla por considerarse una causicostumbre.