Sara Palma
Especialista en Género e Inclusión Social para el Proyecto Cadena Volcánica Central en Guatemala MARN/PNUD/GEF.
Las actividades de los humanos tienen una influencia cada vez mayor e indiscutible en el cambio climático. Por mucho tiempo se pensó que el desarrollo humano se lograba al utilizar los recursos, como si estos fueran ilimitados. Inundaciones, aumento de temperaturas, pérdida de la biodiversidad, sequías, son algunos efectos que vemos frecuentemente en nuestras vidas; y como se señala en el Informe sobre Desarrollo Humano 2019, la nueva generación de desigualdades estará vinculada con el cambio climático.
Las mujeres en las poblaciones rurales y los pueblos indígenas desarrollan un papel de suma importancia para la conservación de los recursos naturales, ya que tienen una visión de la tierra como una Madre, la cual está viva, a quien se le respeta y venera, y son conscientes del vínculo entre las personas y el planeta. En sus comunidades realizan ceremonias y rituales, en sitios sagrados y ceremoniales que se encuentran en bosques y montañas, para pedir a la Madre Tierra que llueva, para que los cultivos crezcan y den buenas cosechas.
La Madre Tierra o Pachamama (diosa, femenina) se representa como una madre que nutre, protege y sustenta a los seres humanos; en ese sentido existe un aspecto identitario con las mujeres, ya que ellas realizan estas actividades en lo familiar, lo comunitario y con los ecosistemas.
Las mujeres reconocen la importancia del agua, ya que les toma varias horas de camino para llevarla a los hogares y muchos pozos se han secado, por lo que deben caminar más para conseguir el agua para beber, cocinar y realizar las actividades del hogar. El agua no tiene valor monetario, va más allá de eso: el agua es el elemento fundamental para la vida humana. Al defender las fuentes de agua, ríos, lagos y lagunas, se está defendiendo a la vida misma.
Mujeres como agentes de cambio, para conservar a la Madre Tierra.
Además, las mujeres poseen conocimientos tradicionales sobre la preparación de comidas en donde se utilizan granos (frijol, maíz, habas), frutas y raíces, promoviendo el consumo de alimentos locales, sanos y nutritivos, y contribuyendo a disminuir el hambre, la pobreza y mejorar la salud. Ellas contribuyen a la seguridad alimentaria a través de bancos de semillas y germoplasma, los cuales en algunos casos se pueden encontrar en los huertos de sus casas. Estos hábitos de consumo permiten tener alimentos suficientes durante todo el año, y que los recursos naturales sean utilizados de manera sostenible.
También en sus comunidades, las mujeres son conocedoras y cuidadoras de saberes ancestrales para utilizar plantas y raíces medicinales en el cuidado de la salud de las familias. Este conocimiento ha sido valorizado y reconocido durante la pandemia del Covid-19 como una medicina preventiva para fortalecer el sistema inmunológico.
Para lograr cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible para el año 2030 se debe involucrar a las mujeres, ya que sin ellas se estaría dejando a la mitad de la población fuera y no se tendría un desarrollo integral. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reconoce el papel fundamental de las mujeres como cuidadoras de los recursos naturales, su rol productivo, reproductivo y comunitario, rol esencial en la cotidianidad de las comunidades rurales.
Asimismo, el Informe sobre Desarrollo Humano 2020 resalta el papel fundamental que ejercen los pueblos indígenas para proteger el planeta, y destaca cómo en territorios gestionados y cuidados por pueblos indígenas la biodiversidad es mayor, por lo que se deben tomar como ejemplo las soluciones basadas en la naturaleza utilizadas por los pueblos indígenas y comunidades locales.
La Madre Tierra y los seres humanos se complementan: no se puede ver al planeta desde un punto de vista únicamente económico, como un proveedor de recursos que nos sirven, para comer, vestirnos y curarnos. Debemos pensar y actuar de manera holística y así frenar el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad.