MSc. Elsie Sierra [email protected]
Un país próspero, con oportunidades para sus habitantes, es un país educado donde la ignorancia no le gana a la salud, al conocimiento y al desarrollo económico y social. En la historia de la humanidad, diversos estudios han demostrado que existe una importante relación entre el nivel de desarrollo de los países y sus sistemas educativos, que comprende desde la investigación científica hasta los avances tecnológicos. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un año adicional de escolaridad incrementa el PIB per cápita de un país entre el 4 % y el 7 % (Perspectivas Económicas para América Latina, 2009).
Sin embargo, es preocupante que, según datos de un informe de la Cepal, Panorama 2018, la pobreza en América Latina hasta 2017 se mantenía en números estables pero, en 2018, se incrementaron de forma alarmante. Con ello se confirma que alrededor de 182 millones de latinoamericanos viven en la pobreza, pero 63 millones se encuentran en la extrema pobreza. Es importante acotar que la pobreza va más allá de la falta de ingresos y recursos para garantizar medios adecuados de vida sostenible, según lo señala el mismo Banco Mundial. Sus manifestaciones son diversas, que van desde el hambre, la desnutrición, la necesidad de una vivienda, así como la falta de acceso a servicios básicos como la educación y la salud.
Es entonces cuando surge el siguiente cuestionamiento: ¿Cómo combatir todos estos problemas, que al final se relacionan con el tema de Derechos Humanos? Ante el anterior cuestionamiento, considero que los gobiernos de los países latinoamericanos deben centrar sus planes y políticas en crear mejoras en temas de salud, educación y apertura de oportunidades laborales, que les ayuden a sus habitantes a sufragar lo más elemental en su subsistencia. Por ende, es imprescindible apostar a la educación como medio para que los niños, jóvenes y las personas en general obtengan una mejor capacitación y generación de conocimientos, con el objetivo de promover el acceso al surgimiento de nuevas ideas para la búsqueda de soluciones a estos problemas que afrontan los países.
La educación es necesaria en todos los sentidos. Para alcanzar mejores niveles de bienestar social y de crecimiento económico, lograr la reducción de las desigualdades económicas y sociales, promover mejores niveles de empleo, impulsar el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación; ayudando así al fortalecimiento de las democracias y evolución de los Estados. Es necesario acotar que la educación ha adquirido mayor relevancia en el mundo de hoy, en el que se vive profundas transformaciones, motivadas en parte por el vertiginoso avance de la ciencia y sus aplicaciones, así como el acelerado desarrollo de los medios y las tecnologías de la información. En las economías modernas, el conocimiento se ha convertido en uno de los factores más importantes del desarrollo económico y productivo. Las sociedades que más han avanzado en estos aspectos son aquellas preocupadas en el progreso del conocimiento de sus habitantes, y esto se refleja desde la escolarización, hasta en los procesos de investigación y tecnificación.
De la educación, la ciencia y la innovación tecnológica dependen, cada vez más, la productividad y la competitividad económicas, así como buena parte del desarrollo social y cultural de las naciones y de los seres humanos que las conforman. Aquellos países que no adecúen las políticas educativas a estándares de calidad y los contenidos programáticos a las necesidades actuales de productividad y económicas del mundo globalizado, pueden afectar el desarrollo evolutivo y la mejora de la calidad de vida de la población, lo que al final se sintetiza en falta de oportunidades y pobreza.
Atrás quedaron los tiempos en que se consideraban las aportaciones en la educación como un gasto. En la actualidad, el conocimiento constituye una inversión muy productiva, estratégica en lo económico y prioritaria en lo social. Se puede entonces afirmar que la educación contribuye a lograr sociedades más justas, productivas y posiblemente equitativas. Por lo que se debe considerar como un bien social, que haga más libres a los seres humanos.