Por: Josean Pérez Caro, Revista Nuestro Tiempo.
Ana Mari y Asun no han oído nunca hablar de apps, zooms ni nada por el estilo. Pero saben que, durante el confinamiento por el Covid-19, esas herramientas silenciaron muchos días de soledad. Videollamadas por control remoto que les dieron fuerza y alegría. Vida.
Ana Mari Conde tiene 71 años y lleva dos en Lamourous, el centro de mayores de Matia Fundazioa, en San Sebastián. Es la más joven de los 140 residentes. “La bebé del grupo”, dice con tono socarrón. Asun Elizondo, quien ha dedicado media vida a la costura, es dieciséis años mayor; 87 primaveras que descansan sobre una mirada que transmite paz. Sentadas en sus sillas de ruedas, esperan a que Andrea Santos, monitora y psicóloga, encienda la tablet. Ella, junto con varias compañeras, ha coordinado un proyecto que ha facilitado el contacto (aunque a distancia) de ocho residentes con sus familias. El corazón de la idea: el centro tecnológico Ceit, adscrito a la Universidad, con los investigadores Iñaki Yarza y David del Río, también profesor de la Escuela de Ingeniería-Tecnun, como promotores. “Ante un problema existen dos opciones: buscar excusas o aportar soluciones. En la Universidad nos preparan para lo segundo”, apunta David. A partir de esa certeza, con el apoyo de Tantaka, instauraron un sistema de videollamadas por control remoto. Contactaron con el Grupo Masmovil, que les cedió seis terminales, y desde sus casas y con ayuda de diferentes aplicaciones (costeadas por Fomento Donostia) se convirtieron en enlace entre familiares y residentes.
Iñaki y David actuaban como una central telefónica. La central de la alegría. En Lamourous, en una de las salas contiguas al comedor, un atril sostenía el teléfono mientras Asun E., Ana Mari, Elena, Iñaki, Félix, Manoli, otra Asun, Matilde e Icíar iban pasando en rigurosa lista de espera para reencontrarse con los suyos. El silencio, ese silencio de la pandemia, dejaba paso a la cercanía, al sonido. En cuanto se iniciaba la conversación, David e Iñaki dejaban de controlar remotamente el móvil.
Idoia y Leyre, dos de los siete nietos de Ana Mari, que cuentan con siete y nueve años, le tocaban una pieza con el piano y el violín desde el salón de su casa, en Pamplona, en presencia de Amaia, una de sus cinco hijas, y de su yerno Ricardo. Asun se reunía con Itziar y Asun, sus dos hijas, y con sus nietos Itxaso, Aisea, Andrea y Unai, para contarse sus cosas. “No les puedes abrazar (dice Asun), pero te da una alegría solo verles…”. Lo que comenzó como una prueba piloto una vez por semana, dio paso a cinco. En total, ochenta llamadas en tres meses que requirieron de la ayuda de dos voluntarios más. Alejandro Fernández-Dans, quien actualmente se encuentra en Australia, fue uno de ellos y gestionó las conexiones a más de quince mil kilómetros.
Ahora se ha abierto el régimen de visitas, no hay videollamadas y Asun se apaña con su móvil de números grandes. Ana Mari, con uno que le regalaron con la revista Semana. “Que no entre el bicho, que lo echamos a patadas”, dice. Espera al viernes. Toca bingo en la planta seis, donde reside con Asun. Eso que no falte.