sábado , 23 noviembre 2024
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Disfrutar el día a día

Por: José Benigno Freire

Paradójicamente descubrí esta actitud releyendo El hombre en busca de sentido (Viktor Frankl), un
libro que se dibuja sobre el hediondo paisaje de los campos de concentración nazi. Es un breve ensayo para describir cómo influían las atrocidades del internamiento en la psicología de los prisioneros. A esos prisioneros, la imaginación los empujaba hacia escenas de su vida habitual, anterior al confinamiento. Lo curioso es que no revivían sucesos o acontecimientos felices, brillantes o destacados, no; generalmente se recreaban, con ternura, en detalles menudos de un día habitual: me veía en la parada del autobús, cerrando el apartamento, contestando al teléfono (Frankl); un sillón cómodo, el crujido del llavín de casa (Szpilman); una cama blanda, la caricia de mi madre (Wiesel); un maravilloso baño caliente (Levi); mi madre ajustándole la corbata a mi padre, la dulzura de la abuela (Sepetys)… Los recuerdos “volaban hacia esos detalles hogareños con tanta intensidad que casi nos hacían llorar” (Frankl). Quizá podría asaltarnos cierta duda acerca de la autenticidad de esas vivencias, y considerarlas como fantasías provocadas por la fuerte conmoción del internamiento o por la profunda turbación afectiva. La respuesta es no, un no contundente. Esos prisioneros vivían con la muerte escondida detrás de un cercano amanecer y, ante la muerte, uno no está para lirismos o ternuras artificiosas. Por lo tanto, suscitaban nostalgias auténticas, y despertaban ganas de vivir, ¡me conmovió! Y me sacudió para cuestionarme sobre la vida normal: ¿acaso no sucede lo mismo en nuestro día a día?, ¿reparamos en esos detalles hogareños?; ¿los advertimos?, ¿los apreciamos?, ¿los disfrutamos? Mi primera impresión resultó bastante descorazonadora: prácticamente ni reparamos en ellos, es más, solemos fijarnos solamente cuando nos faltan o fallan: si el café está frío, si el coche no enciende, sin agua caliente, el ascensor no funciona, no contestan a un saludo, se perdió el móvil… La cuestión estriba en realizar un balance realista entre las alegrías y las tristezas, entre lo fastidioso y lo apetecible… Si a las acostumbradas dificultades le restamos los buenos momentos, aliviamos, al menos, la sensación de contrarieda lo cual disminuiría el estrés interior y asentaría el bienestar. Para lograrlo, no es preciso hacer nada extra o extraordinario, basta con cambiar de actitud: acostumbrarse a disfrutar los momentos agradables que nos regale cualquier día normal.

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