Por: Pablo Rodrigo, Escuela de Negocios
El científico James Lovelock, ferviente defensor del medioambiente, ha dicho desde hace una década que, por el aumento exponencial de la población mundial y por la consecuente actividad industrial, el calentamiento global es una realidad que ha llevado a colapsar al planeta y los servicios que este ofrece, por lo que la única solución para revertir esto es el uso masivo de energía nuclear. De lo contrario, se pone en riesgo la propia existencia humana.
En Chile, la exigencia energética es cada día más alta, pero frente a esto hemos visto rechazados varios proyectos energéticos, tanto de fuentes fósiles como de fuentes renovables convencionales. No se han discutido, sin embargo, alternativas para suplir la falta de energía futura provocada por estos rechazos. Los proyectos de energías renovables no convencionales (ERNC) en curso o en estudio, no tienen (ni tendrán) la capacidad de inyectar la energía demandada por el país para un plazo medio.
Ha llegado el momento que, como país –Estado, Mercado y Sociedad Civil–, logremos discutir sobre el uso de energía nuclear. Ha llegado el momento de evaluar esta opción sin demonizarla a priori. Sin duda que esta alternativa tiene impactos, pero todos los proyectos energéticos –incluso las ERNC– los tienen. Pero la energía nuclear tiene múltiples beneficios, tanto sociales como medioambientales, ya que –digan lo que digan– se trata de una de las energías más seguras que no generan gases efecto invernadero. Pareciera, entonces, que el problema al respecto no es técnico, sino político.
Es urgente hablar de estos beneficios y sus posibles impactos para definir si en nuestro modelo de desarrollo sostenible existe cabida a la energía nuclear, como en Reino Unido o Francia, donde ambos conceptos no son incompatibles, sino complementarios.