Lograr ubicarse en Unión Hidalgo era complicado tras el terremoto del 7 de septiembre de 2017, que quebró centenares de fachadas y derrumbó edificios hasta sus cimientos. Un año después, como en tantos otros municipios del sur de México, el reto sigue siendo el mismo: la reconstrucción.
Unos diez minutos antes de que las agujas del reloj marcaran la medianoche, un potente terremoto de magnitud 8,2 brotó del estado de Chiapas y se extendió por las zonas sur y centro del país, dejando un reguero de devastación que arrojó, además de graves daños en viviendas y patrimonio, 98 víctimas mortales.
Doce meses después, los escombros y los andamios siguen invadiendo las calles de las localidades ubicadas en el Istmo de Tehuantepec, que se convirtió en el principal escenario de la tragedia.
En la localidad de Unión Hidalgo (estado de Oaxaca), un albañil resana la pared de la casa de Erasmo López, donde para pasar por las diferentes salas hay que sortear los sacos de cemento y las escaleras.
“Ahora empieza a verse algo de vida. Hay casas que empiezan a reconstruirse, casas que están a medio construirse, que están ya por terminarse. El pueblo se está levantando”, afirma a Efe este ferrocarrilero, quien resalta que después del temblor los habitantes se perdían fácilmente hasta cuando iban a “visitar a los amigos”.
En Oaxaca y Chiapas, dos de los estados más empobrecidos del país, los sismos del 7 y el 19 de septiembre dejaron daños en 121.701 viviendas, según cifras oficiales.
Las estructuras de muchas de ellas no estaban preparadas para afrontar el impacto de un fenómeno natural de este calibre, por lo que ahora la reconstrucción pasa necesariamente por un cambio de método.
Había que reconstruir “no de la forma tradicional, como se venía haciendo”, sino de tal forma que las casas queden reforzadas y “puedan resistir a cualquier otro temblor”, argumenta Erasmo.
En la misma calle, el hogar de Macario Ruiz todavía permanece apuntalado con piezas de madera. Emprender la reconstrucción de esta casa, de teja y con un siglo de vida, no fue sencillo.
“Nos llevó tiempo limpiar todo, y hubo un tiempo donde ya no había albañiles, peones, gente para contratar. Por eso nos esperamos un poco”, relata.
Ayuda gubernamental insuficiente
Después del 7 de septiembre, el Gobierno mexicano repartió entre los damnificados del sur de México tarjetas en las que se depositó dinero para la compra de materiales de construcción. Esta ayuda, coinciden los afectados, no fue suficiente en el caso de los que sufrieron daños graves o pérdida total.
Algunos damnificados han recibido el apoyo del Fideicomiso Fuerza México, impulsado desde el sector privado para aglutinar donaciones que han sido repartidas a diversos proyectos de reconstrucción.
La casa de Blanca Estela Cornelio es una de las que han sido reconstruidas a través de esta iniciativa. El color de la vivienda, un tono crema aún impecable con remates rojos, evidencia la frescura de la pintura; a un lado del patio, una pequeña tabla de madera asegura que “Para Dios no hay imposible”.
Blanca aún conserva los mensajes de apoyo que le llegaron escritos con marcador en aquellos víveres y útiles que recibieron tras el temblor, como en los paquetes de papel higiénico.
“Siento que todo eso llegó con amor. En ese momento todos se unieron y no hubo diferencias; eso es lo bonito”, recuerda esta ama de casa.
Desde dentro y fuera del país “mandaron mucha ayuda”, y esto es algo de lo que Blanca siempre se acuerda en sus oraciones: “En mi corazón estarán siempre, yo estaré agradecida eternamente con Dios y con cada uno de los que brindaron su apoyo”.
En San Mateo del Mar, otro de los municipios del Istmo de Tehuantepec, Laurencio Manteón se apoya en lo que serán los muros de su nuevo hogar. En su antigua casa, construida con palma, “todo cayó”.
Un maestro albañil y un peón trabajan para levantar la casa, construida no en el lugar en que se derrumbó la anterior, sino en otro terreno en que el inmueble podrá tener más estabilidad.
“Como me la den, yo estoy contento. No puedo pedir porque no tengo dinero”, comenta a Efe Laurencio, beneficiario del Fideicomiso.
San Mateo, ubicado en una franja de tierra que queda entre una laguna interior y el Golfo de Tehuantepec, sufrió aún más adversidades el pasado año, porque las incesantes lluvias provocaron inundaciones que agravaron los problemas desencadenados por el movimiento telúrico.
Laurencio explica que la ubicación de la población ha dificultado el ingreso del material de reconstrucción, porque “se atascan los carros”, aunque por suerte, los trabajos han podido salir adelante.
“Voy a venir a vivir acá, poner mis borreguitos. Aquí hay espacio, está bien. Agradecido estoy”, afirma.
*Con información de EFE.