El historiador Miguel Álvarez Arévalo asegura que en cada niño se despierta una vocación, influenciado por múltiples aspectos. En su caso, el interés por los temas históricos de Guatemala se produjogracias a la cercanía con sus abuelos y su madre. En la actualidad, a su labor como director del Museo Nacional de Historia suma la de relatar los entresijos de la capital guatemalteca que este mes celebra su máxima fiesta. El Cronista de la ciudad engalana hoy Los de siempre.
Con interés y entusiasmo
“Siempre tuve afinidad por las Ciencias Sociales”, confiesa Miguel Álvarez Arévalo. Su gusto no se limitó a la primaria, y como proyecto de graduación de diversificado presentó un tema enfocado en la historia. Pero su sed de conocimiento era insaciable e ingresó en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos (Usac) y, relata, fue parte de esa generación que transformó el
Departamento de Historia en la Escuela.
En 1975, con tan solo 23 años, decidió emprender la aventura de la escritura, y firmó artículos para la página literaria de El Imparcial. Dos años después, sus publicaciones continuaron en la revista Alero, de la Usac. En ese medio universitario Álvarez debutó como investigador con Algunos datos para la historia de Jesús Nazareno de la Merced. “Fue mi lanzamiento, y gracias al éxito que tuvo en 1980 salieron mis dos primeros libros”, explica.
Enfocado en la metrópoli
Su pasión por los aportes históricos y su participación en el espacio televisivo Nuestro Mundo por la mañana motivaron a Álvarez a dedicarse específicamente al estudio de la capital guatemalteca y, en 1992, a recibir el nombramiento de Cronista de la ciudad, un título municipal de origen colonial.
Como cronista, su deber es profundizar en los acontecimientos del casco central, haciéndolo más cercano a los habitantes. Aunque su mayor responsabilidad, dice, es participar continuamente en investigaciones y difusión, pues “todos los días aprendemos cosas nuevas. Nadie ha llegado al tope del conocimiento, y la historia de la ciudad es muy rica en distintos aspectos”, destaca Álvarez.
Objetividad
Lo que el historiador más disfruta es compartir sus conocimientos con la población y ver que las nuevas generaciones se interesan. “La historia es mi vida. Mi trabajo, la docencia,las conferencias y talleres; todo lo hago influenciado por ella”, apunta.
La clave del trabajo de un historiador, afirma, es la objetividad. Es decir, actuar bajo los parámetros de la ciencia y sin caer en las pasiones guiadas por una ideología, un partido político o personaje en particular: “Hay que saber desligar cualquier situación del ámbito personal y resaltar los aportes desde la verdad”.
Quien desee comenzar una aventura histórica, comenta, debe tener una formación basada en la lectura de autores nacionales y extranjeros. “Una buena selección bibliográfica expande los horizontes. Más que quedarse retenidos en el tiempo, con un solo libro, los interesados deben estar al día de los estudios que constantemente afloran”, concluye.