En Timbío, uno de los municipios más afectados por el conflicto colombiano, saben bien lo que es querer el cine y no poder acceder a él; tal vez por eso se reunieron alrededor del director Harold DeVasten para crear entre todos Via Crucis, una declaración de amor al séptimo arte.
“Fuimos al pueblo a buscar recursos y apoyo de la gente y nos encontramos con un pueblo ávido de mostrar sus historias y participar para que los tuvieran en cuenta”, explica DeVasten a Efe acerca del origen de una cinta que se estrena hoy en cinco ciudades de Colombia.
Para los vecinos que se volcaron con el proyecto de cine minga (nombre con el que denominan los indígenas a las asambleas), contar sus historias “era una necesidad que estaba” presente en todos ellos, según agrega DeVasten.
Con el apoyo de la Alcaldía de Timbío y de los pobladores, lograron hacer, más con amor que con dinero, una producción en la que todos aportaron algo, en la que nadie en esta localidad de casi 200 mil personas en el departamento del Cauca (suroeste) dejó de colaborar.
El filme narra la historia de una pareja que, en pleno Viernes Santo, buscan alivio para la enfermedad de su hija.
Por ello, la madre apela a la religiosidad de sus vecinos para convocar a todo el pueblo para escenificar un Via Crucis, mientras que el padre decide inclinarse por la política.
Sin embargo, según explica DeVasten, llegó a Timbío con una idea “y todo muy bien planeado” pero al encontrarse con los vecinos comenzó a sumar nuevas propuestas que enriquecieron la película.
Entre las sorpresas de la producción, el cineasta se mostró particularmente impactado al conocer a una mujer septuagenaria “que siempre había soñado con ser actriz”, pero que no se había lanzado al séptimo arte por los celos de su marido.
La mujer cumplió su sueño, así como “niños, madres solteras que se escapaban para hacer el casting” y dejaban al equipo “impresionados de ese talento y esas ganas de sacar adelante sus sueños”.
Por su parte, el actor Ariel Gigia, que interpreta a uno de los protagonistas, recuerda que participaba en una gran producción cuando surgió la oportunidad de sumarse a Via Crucis y la primera pregunta que le hacían era “¿tienen plata?”.
“Yo le dije ‘no tenemos, tenemos la idea, tenemos el guión y tenemos el pueblo que nos abre las puertas’ y nos dijeron que no iba a ser fácil. No fue fácil, pero no imposible”, asegura.
Para acercarse a un tema tan delicado como el de la religiosidad trataron “de no agredir, de ser muy respetuosos con lo que tiene que ver con la creencia, con la fe” pero también con “cierto piso de realidad”.
*EFE