La muerte de la princesa Diana hace 20 años puso al descubierto la rigidez de la familia real británica y la obligó a modernizarse para mostrarse más accesible, mediante una eficaz estrategia de comunicación.
“Paradójicamente, la muerte de la princesa del pueblo y las emociones que provocó obligaron a la familia real a adaptarse”, explicó el experto en relaciones públicas Mark Borkowski. Mientras el pueblo lloraba y depositaba miles de ramos de flores ante las rejas del palacio de Buckingham y del palacio de Kensington, tras el anuncio de la muerte de Diana el 31 de agosto de 1997, el príncipe Carlos, su exmarido, y la reina Isabel II permanecieron atrincherados en su propiedad de Balmoral, en Escocia, sin hacer declaraciones durante días. A pesar de la ola de indignación que crecía en todo el país, la soberana esperó hasta la víspera del funeral para romper su silencio, durante una alocución televisada excepcional que marcó un antes y un después en la comunicación de la monarquía británica.
Falta de profesionalismo
Tras los numerosos escándalos que habían dañado la imagen de una institución distante, aferrada al protocolo y la tradición, la familia real necesitaba retomar el control. Se acabó entonces la falta de profesionalismo del antiguo servicio de prensa de Buckingham, superado por la vorágine mediática, y llegaron los profesionales de las relaciones públicas.
“En aquella época circulaba una broma: cuando salían las historias más interesantes de Diana, los diarios dominicales y los tabloides llamaban al servicio de prensa de Buckingham, pero saltaba el contestador, porque todo el mundo se había ido desde el viernes a las 17:00”, narró Borkowski.
Desde entonces, se ha revolucionado todo, aseguró. “La monarquía es cada vez más el producto de una campaña de gestión de la información muy sofisticada”, dijo Patrick Jephson, exsecretario privado de Diana.
La estrategia busca difundir de manera pensada y controlada informaciones positivas de la monarquía, mientras se respeta al máximo la intimidad de sus miembros. “Uno de los principales objetivos consistió en darle una imagen más humana a Isabel II, que antes parecía sentir más lástima por la suerte de los perros y los caballos que por la de sus conciudadanos. Carlos, del que muchos se burlaban por su rigidez un tanto altanera, también hizo esfuerzos, y ha gastado, en los últimos 20 años, cantidades de dinero astronómicas (…) para gestionar su imagen”, señaló Jephson. Así, logró que la gente aceptara poco a poco su relación y su posterior boda con su antigua amante, Camila, considerada por muchos como la culpable de romper la pareja entre Carlos y Diana.
Más cercana al pueblo
“Intentaron promover los aspectos positivos de la familia real”, explicó Robert Jobson, experto de la familia real y coautor del libro Diana: un secreto bien guardado, poniendo como ejemplos la boda en gran pompa del príncipe Guillermo y Catalina en 2011, el nacimiento de sus dos hijos, el jubileo de diamante de Isabel II o su simulacro de salto en paracaídas con James Bond en los Juegos Olímpicos de 2012.
Borkowski aseguró que “Querían ser una familia más accesible, más comprometida con su país y dejar de ser esos aristócratas que no entienden al pueblo” . Esa estrategia parece haber dado sus frutos, pues hoy la institución monárquica parece sólida y la reina Isabel II nunca inspiró tanto respeto como ahora.
La joven generación desempeñó un papel clave en esa revolución, pues abordan públicamente temas sociales como los sin techo o la salud mental. A pesar de ser el segundo en el orden de sucesión al trono, Guillermo, de 35 años, siempre tuvo una imagen de simplicidad y modernidad, alentado desde su infancia por su difunta madre, Lady Di. Su hermano Enrique, de 32 años, oficializó en noviembre de 2016 su relación con la actriz estadounidense Meghan Markle, divorciada y mulata, mediante un inusual comunicado en el que criticó el sexismo y el racismo de las redes sociales hacia la joven. “La monarquía parece haber aprendido del pasado”, concluyó Jobson.
*AFP.