Rodeado de bosquejos, pinturas, fotografías, pinceles, libros y discos, el maestro Efraín Recinos desató su genio creativo en su taller ubicado en el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. El espacio que el artista convirtió en hogar hasta 2 días antes de su fallecimiento, el 2 de octubre de 2011, volvió a abrir sus puertas, esta vez como un museo para todo público.
Encuentro con el creador
Bajar la escalinata derecha del lobby de la Sala Efraín Recinos, del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, significa encontrarse de frente con el genio de su creador. El que fuera el taller de Recinos permanece justo en el caos perfecto en que el artista lo dejó el viernes 30 de septiembre de 2011. Sobre las mesas de trabajo se acumulan acuarelas, lápices y películas fotográficas, y también sus gafas y un par de linternas. Las estanterías muestran decenas de libros y ejemplares de las revistas Time y National Geographic. En los caballetes, algunas obras, tal vez sin finalizar, y sobre los respaldos de las sillas, sus inconfundibles chalecos.
“Fue el estudio del maestro durante los últimos 15 años de su vida, y permaneció cerrado desde su fallecimiento. La Asociación Efraín Recinos tenía la idea de crear un museo, pero no se había logrado, así que nosotros lo tomamos como un proyecto prioritario. El público debe ver ese lugar, que va de lo profano a lo sagrado y en el que él produjo de manera caótica y desordenada, pero en un proceso genial”, aseguró Álvaro Véliz, director del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias.
Constructor de utopías
Véliz, quien visitó a Recinos en su taller en varias ocasiones, indicó que el ahora museo es una manera de reencontrarse con el espíritu del artista: “Era un hombre renacentista, abarcaba todas las artes y humanidades, y eso lo hacía diferente. Ahora estamos enclavados en las tendencias de la especialización, pero él estaba en la pintura, la escultura, la fotografía, la música, la literatura, y hasta en la cocina. Era un constructor de utopías y pensaba que mediante el arte y la cultura se podía transformar la persona y la sociedad.”
Enfundado en sus jeans, camiseta y chaleco, Efraín Recinos dedicó días enteros a la creación. Incluso, en aquella ocasión en que las remodelaciones del recinto requirieron de un corte de energía eléctrica, el Chapín universal echó mano de una candela con tal de no alejarse de su espacio. “Cuántos amigos lo visitaron, cuántas charlas se entablaron y cuántos proyectos realizados y otros más sin concluir. (…) Gracias a todos los que han hecho posible que este taller siga siendo la casa del Inge”, resaltó su hija, Lorena Recinos.
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