‘‘El poder embriaga, lo mismo al príncipe, como a la democrática mayoría’’
Presupone esta premisa, todo un cambio de paradigma que a la luz de la evidencia irrefutable de las grandes anomalías en nuestro sistema político. Prudente es que nos aclaremos que otras vías puedan garantizarnos el no seguir teniendo más de lo mismo en los gobiernos venideros. Existen ya en nuestro país demasiados focos rojos encendidos que nos alertan, que de no variar el curso en la forma de hacer política, estamos condenados a experimentar una hecatombe nacional.
En el orden de cosas vigentes en nuestra sociedad: inestabilidad política, organización de grupos de presión para tomar ventaja sobre los demás ciudadanos, asignación antieconómica de recursos, clientelismo, corrupción, en una palabra, subdesarrollo; resulta imperativo y vital que como sociedad tengamos un respiro y nos demos cuenta que el epicentro de nuestros escenarios viciados política, económica y socialmente ha estado y está, en nuestro sistema de Gobierno. Uno que no responde a la pregunta de ¿cuáles deben ser los límites del poder público?; oportuna para la coyuntura nacional que vivimos, es la frase de Federico Bastiat: “Estado es la ficción mediante la cual todos tratamos de vivir a expensas de los demás”.
En consonancia con la premisa expuesta de los límites al poder público en el país, el esquema de hacer gobierno en un país como el nuestro, debe de dar cabida a una nueva hoja de ruta que nos evite seguir transitando por los mismos caminos viciados que nos impiden empezar a desarrollarnos integralmente; fin –por cierto– de la mayoría de instituciones públicas que dedican un gran esfuerzo a proyectar administración pública como medio para alcanzar dicho fin.
Estamos hablando de variar el esquema multifacético gubernamental vigente, variar los anclajes teóricos que mantienen en un círculo vicioso a la mayoría de las entidades del aparato estatal; estamos hablando de un nuevo enfoque en administración pública, Gobierno y poder estatal. Un enfoque que proyecte una nueva dinámica en el proceso de administración de cambio que genere un orden dentro del caos; que le apueste a reconocer las complejidades de nuestro sistema inherentemente desordenado y que se sobreponga a la inoperancia, frustración, baja en la ejecución del gasto y la no pertinente oferta de servicios ciudadanos, con una demanda cada vez más estricta en cuanto a valorar la gestión estatal y premiarla o castigarla según sea el caso.
