Las conmemoraciones cuaresmales, son una invitación a los sentidos.
Según Harnold Hauser, sociólogo del arte (1892-1978), en el mundo de la comprensión de las manifestaciones artísticas, hay tres niveles dirigidos especialmente a los grupos que coexisten en un momento o lugar determinado. Arte culto, enfocado a las élites capaces de desmenuzar los variados y profundos significados de las obras de arte; arte del pueblo, orientado al disfrute de los grupos rurales y con pocas nociones del hecho estético, pero capaces de regocijarse en la sencillez de sus códigos; y arte popular, dirigido a los estratos urbanos, sin mayor conciencia de la significación y complejidad de la obra artística como tal.
La reflexión sobre estos conceptos del teórico de origen húngaro encuentran en Guatemala una riqueza que subyace en la convivencia de los tres grupos, que reunidos en las conmemoraciones cuaresmales, son una invitación a los sentidos justamente en estos días en que el país se ve pintado de morado y perfumado de las más exóticas fragancias propias del trópico.
La cuaresma guatemalteca es una amalgama de expresiones de arte culto, donde las fachadas barrocas, neoclásicas o románticas de los templos, las casonas andaluzas, art nouveau, art decó o funcionalistas, se transforman en escenografías de complicadas lecturas frente a la riqueza de esculturas de grandes maestros del arte colonial; pero también de las tallas populares y de escaso valor artístico, recipiendarias de los complejos entramados del culto y la tradición.
Junto a estos códigos conviven las manifestaciones de un arte del pueblo, que sin saber de dónde vienen, las reproduce y perpetúa como un eslabón de la herencia de sus antepasados. Basta con recorrer las calles de las ciudades, pueblos y aldeas para constatar la existencia de un extraño fenómeno que trasciende la religión católica y que va más allá de las explicaciones teológicas.
Domingo tras domingo en Cuaresma, en algunos centros urbanos, y en los días cumbre de la Semana Santa: Domingo de Ramos, Jueves y Viernes Santo; el país vive una especie de catarsis colectiva y experiencia estética masiva que invita a quienes vienen de lejos o los que cohabitan esta tierra a perderse en los recodos de la mística milenaria del pueblo maya y de la miscelánea mestiza de un país que estalla en alegría a pesar de la contradictoria pesadumbre generadora de la fiesta religiosa.
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