martes , 26 noviembre 2024
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Una sastra y una jueza

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Uno respeta a hombres y a mujeres porque son personas.

Abundan palabras que aparecen en el Diccionario de la Real Academia y, sin embargo, rara vez se escuchan o se leen en el uso común de los hablantes y escribientes. A continuación, vamos a examinar algunos de esos casos, que quizás resulten curiosos y extraños para los bibliófobos y muy corrientes para los bibliófilos (en su amplio sentido). Hemos de centrar la atención, sobre todo, en las asignaciones de los masculinos y femeninos de ciertos sustantivos y adjetivos.

Las personas dedicadas a aprender algún oficio o arte bien pueden recibir el adjetivo “aprendiz”, tanto para el femenino como para el masculino: “La novia de mi sobrino es una aprendiz de cocina y mi sobrino, un aprendiz de conductor”, donde, como notarán, se advierte el género en el artículo: “una” o “un”. Sin embargo, existe el femenino: “aprendiza”.

En estos tiempos (cambiantes, como todos), hay un uso de las palabras en un campo social que pretende la equidad de sexo aplicando la reiteración del género, como si una posible discriminación se diera de una manera plena solo en las palabras, dejando por fuera las actitudes. A tanto llega esta inclinación que muchas damas exigen, con una actitud contraria, la designación de sus oficios o trabajos de manera genérica: “llámeme juez”, solicitan algunas juristas con poder de sentencia, como si ser “jueza” disminuyera su calidad y su prestancia.

Una situación parecida se presenta con “poeta”, que vale para damas y caballeros que ejercen esta bellísima y muy humana tarea. No obstante, más preciso para ellas es el adjetivo “poetisa”. Quizás uno de los usos más desconocidos es el femenino de “sastre”. Así como en el oficio de cortar y coser vestidos se vale usarlo al referirnos a un hombre, también las mujeres dedicadas a este trabajo merecen la palabra “sastra”. ¿Acaso no pasa lo mismo con “modista”, que regía para los dos géneros?

Por tanto, lectores y lectoras, atentos y atentas, vamos a ser más precisos y más precisas, o quizás más prácticos o más prácticas, nosotros (¿y “nosotras”?), como hispanoamericanos o hispanoamericanas, hemos de entendernos con un lenguaje sencillo y claro. En definitiva, uno no debe respetar a una mujer porque es mujer ni respetar a un hombre porque es hombre. Uno respeta a hombres y a mujeres porque son personas.

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