Algo parecido ocurría con nuestro Pablo Neruda, al menos como lo retrata la nueva película de Pablo Larraín.
Neruda era un hedonista impenitente. Aunque devoto militante del Partido Comunista, nunca se privó de los placeres mundanos que acompañaban su oficio de intelectual cosmopolita.
¿Tenemos algo que reprocharles a los comunistas que -como Engels y Neruda- viven en condiciones acomodadas en lugar de arreglárselas con lo justo? No necesariamente. Hay varias distinciones que hacer. En primer lugar, no todos los aspectos de la vida están determinados por el ingreso económico. Las personas, independiente de su posición política, le asignan distinto valor a distintas cosas. Por lo anterior, están dispuestas a privarse de algunas para conseguir otras que, ante ojos ignorantes, pueden parecer exuberantes. En segundo lugar, muchos izquierdistas creen, sinceramente, que su propia situación socioeconómica no tiene nada que ver con la crítica estructural que le hacen al modelo. Por eso, algunos matriculan a sus hijos en exclusivos colegios y al mismo tiempo promueven una reforma integral del sistema educacional.
Es decir, aspiran a vivir en un mundo donde el dinero no haga la diferencia, pero mientras tanto aprovechan las ventajas que otorga una buena situación económica. En tercer lugar no parece muy inteligente criticar al comunista que utiliza las mismas herramientas tecnológicas que el resto.
El comunismo no es antitecnológico. Por el contrario, sus padres fundadores fueron admiradores de la capacidad capitalista de transformar el mundo.
En cualquier caso, muchas de las críticas que reciben izquierdistas y derechistas se deben a que no estamos dispuestos a procesar sus complejidades individuales. Es más fácil descansar en estereotipos que funcionan como coordenadas para orientarnos en el mar de la diversidad. Como todo ejercicio de generalización y simplificación, los estereotipos no son muy útiles en el área chica.
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