sábado , 23 noviembre 2024
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Historia electoral

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Las elecciones pasadas demostraron que el fraude es cosa del pasado.

Durante décadas, los historiadores desecharon estudiar las elecciones chilenas del siglo XIX y principios del XX por considerarlas meros “fraudes” encabezados por el Ejecutivo para perpetuar al gobierno y a sus adherentes en el poder. Las elecciones eran “fraudulentas”, “manipuladas”, poco representativas y antidemocráticas. Ese fue el karma historiográfico al que fueron sometidas, sin mayor análisis ni preguntas interesantes que fueran más allá de los resultados de los comicios.

Esto cambió en los años ochenta, gracias al trabajo de Samuel Valenzuela, surgido en un contexto de suyo novedoso, tanto historiográfica como históricamente. El fin de las dictaduras latinoamericanas y la caída del Muro de Berlín trajeron de regreso las grandes preguntas sobre la democracia (y que los historiadores en la actualidad han tomado y profundizado): ¿cómo se construyen los relatos democráticos y cuál es el papel de las elecciones en ellos? ¿No sirven acaso las elecciones para comprender cómo funciona la política, tanto en escenarios formales como informales? De hecho, ¿no es el fraude un acto que debe estudiarse como una práctica política más, al igual que las campañas, banquetes electorales y viajes presidenciales?

La existencia del fraude electoral demuestra un interés por ganar elecciones específicas, y eso ya es suficientemente interesante. La oposición solía condonar el fraude, pero una vez en el poder tendía a cometer el mismo tipo de irregularidades. Un ejemplo: los conservadores criticaron la intervención oficialista liberal durante la segunda mitad del siglo XIX.

No obstante, muchas veces los triunfos conservadores en las zonas rurales fueron objeto de dudas y condenas. Una respuesta rápida sostendría que el hacendado “controlaba” al electorado campesino a su antojo. Al interior del campesinado existían muchas visiones e intereses en juego. Pensar lo contrario es menospreciar la capacidad de movilización de los sectores populares, como si se hubiera tratado de actores “prepolíticos”.

Traigo esto a colación lo anterior tras las elecciones pasadas, las cuales demostraron que, pese a los graves problemas del padrón electoral, el conteo funcionó y que el fraude es cosa del pasado. No significa que la “verdadera” política haya surgido en la segunda mitad del siglo XX.

A lo largo de la centuria anterior, la participación se hizo presente más allá de los salones de las élites urbanas. La política no era una mera ficción democrática. Ella existía y era competitiva; por eso es tan importante estudiarla en toda su dimensión y complejidad.


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