La suerte va acompañada de factores que ayudan al éxito.
Solemos pensar que nuestro desarrollo laboral depende únicamente de nuestro trabajo y esfuerzo. Sin embargo, una ya amplia literatura en economía y en otras disciplinas ha enfatizado que la suerte cumple un rol igualmente determinante en el éxito profesional. Daniel Kahneman, premio nobel de economía, ilustra la relevancia de la suerte en dos ecuaciones:
Éxito = talento + suerte.
Mucho éxito = un poco más de talento + un montón de suerte.
La suerte puede tomar infinidad de formas. Probablemente, una de las más importantes es dónde uno nació. Es evidente que nacer en Haití no es lo mismo que nacer en Nueva Zelandia. La literatura académica sobre los efectos que caracterizan, por ejemplo, los salarios y las oportunidades de empleo es abundante. Incluso particularidades que debiesen ser irrelevantes, como la letra inicial del apellido y la estatura, afectan la probabilidad de éxito laboral.
Por supuesto, el esfuerzo y el mérito importan. ¿Cuántas horas hay que entrenar para ser un deportista de élite? ¿Cuántas hay que practicar para ser un gran músico? El punto es que, no basta con el esfuerzo para ser exitoso. Los estudios también se detienen en las consecuencias del sesgo de asimilar el éxito únicamente a buenas decisiones y a la responsabilidad personal, minimizando el rol de otros factores como la suerte. Una consecuencia positiva es que nos invita a esforzarnos y ser dedicados. Por el lado negativo, sin embargo, nos lleva a desmerecer a quienes no han sido igualmente exitosos, porque se entiende que no lo son por no haberse esforzado lo suficiente o por no haber tomado las decisiones correctas.
Asociar pobreza con flojera y falta de esfuerzo es un prejuicio; la falta de esfuerzo se da en todos los estratos sociales. Más bien, la vulnerabilidad tiene mucho que ver con escasez de oportunidades, en particular en educación y trabajo. Estas percepciones afectan la manera en que se diseña la política social, en la que suele subyacer la idea de premiar únicamente los resultados individuales (que no es lo mismo que el esfuerzo) y de fomentar el emprendimiento sin comprender los obstáculos que se enfrentan ni el contexto social. Las habilidades también requieren de oportunidades para desarrollarse y la política social debe hacerse cargo de ello.
Un empresario exitoso, lo es porque tomó riesgos, apostó y ganó (¡tuvo suerte!). Pero también porque lo hizo en un país que protegió sus derechos, le dio acceso a infraestructura y le dio la posibilidad de contratar a trabajadores que fueron educados con recursos de todos.
Regulaciones, impuestos, requisitos y limitaciones legales no tienen la finalidad de perseguir o de hacer la vida difícil a quienes emprenden. Se trata de proteger el interés público y favorecer el bien común.
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