Un claro ejemplo de que vivimos en una sociedad que se ha erotizado.
Últimamente muchas personas hablan demasiado de la crisis económica, sobre todo, las menos afectadas por ella. Esa insistencia muestra que están polarizados en la seguridad y el bienestar que da el dinero. Decía Aristóteles: “La seguridad hay que ponerla en el nomos, en la concordia de hombres libres que buscan la vida buena; de ninguna manera consiste en la riqueza”.
Desde la mentalidad consumista es difícil entender la postura de los filósofos griegos: anteponer la “vida buena” (virtuosa) a la “buena vida” (aburguesamiento). El filósofo Alejandro Llano, puso el dedo en la llaga: “a más consumismo, menos protagonismo”.
Existe una inadvertida segunda crisis que nos afecta más profundamente que la de tipo económico; la crisis antropológica, ligada a una crisis moral, del amor y de la persona. Vivimos en una sociedad más impersonal y utilitarista, que causa inteligencias desamoradas y analfabetos del amor.
Groucho Marx afirmó: “Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado”. Los analfabetos del amor han tenido también defensores como William Shakespeare: “En el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber”.
La crisis actual del amor proviene del movimiento de la “liberación o revolución sexual” surgido a finales del siglo XX. Este movimiento se opone a los códigos de la moral sexual, propiciando todo tipo de relaciones sexuales al margen del matrimonio. Ha crecido por la difusión y uso generalizado de todo tipo de anticonceptivos, separando así, la sexualidad de la reproducción.
Otro antecedente es la doctrina de Freud, para quien toda conducta humana estaría movida por los instintos, que se orientan al placer. El instinto sería lo auténtico, lo natural y lo sincero, por lo que debería ser satisfecho siempre y sin demoras. Esta liberación de los instintos produciría salud, armonía, calma y madurez psicológica, mientras que toda represión o freno sería contrario a la naturaleza, por lo que originaría desorden, tensión y enfermedad.
A la crisis actual del amor ha contribuido también la sexualidad de consumo, un claro síntoma de que vivimos en una sociedad que se ha erotizado. Urge integrar la sexualidad en el encuentro interpersonal. Para superar la cultura de la excitación y del deseo necesitamos una ética de la sexualidad seguida de una educación sentimental promovida principalmente en el ámbito familiar.
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