Perduran todavía dos posturas históricas extremas y opuestas sobre el consumo de alcohol.
A partir de la década de los 80 surge la nueva preocupación para los padres de hijos adolescentes: el riesgo de que estos últimos se conviertan en consumistas de alcohol. Lo que más alarmó a los padres fueron los titulares de los medios de comunicación: “Un adolescente muere en accidente de tráfico. Conducía en estado de embriaguez”; “joven hospitalizado de urgencia por coma etílico”; “tres heridos por arma blanca en una pelea cuando bebían en el botellón”.
Cada año que pasa se acorta más la edad en la que los adolescentes se inician en el consumo habitual de bebidas alcohólicas. El riesgo de llegar a ser alcohólico es mayor, cuanto menor es la edad en la que comienza el consumo.
La conocida frase “necesito una copa”, es muy frecuente en las películas americanas, es un cliché emocional para indicar que el personaje bebe para ahogar sus penas o confesar algo que le atormenta.
Perduran todavía dos posturas históricas extremas y opuestas sobre el consumo de alcohol. Platón afirmó que “los chicos deberían abstenerse de bebidas alcohólicas hasta la edad de 18 años, dado que no es bueno echar aceite al fuego”. En cambio, para Lord Byron el alcohol cura todos los males: “El vino consuela a los tristes, rejuvenece a los viejos, inspira a los jóvenes y alivia a los deprimidos del peso de sus preocupaciones”.
La frase “necesito una copa” ya no es exclusiva de los adultos; actualmente la utilizan muchos adolescentes y jóvenes y, en algunos casos, por imitación de sus padres.
Se han dejado convencer por el mito de que las copas nos hacen más ocurrentes, optimistas y alegres. La verdad es otra: el alcohol es un depresivo; tras la breve euforia inicial, llega un bajón y se traba la lengua. A los adolescentes no les ayuda su afán de probar y experimentarlo todo.
A ello, se añade que el alcohol sigue estando al alcance de cualquiera y que existe una gran tolerancia social con el consumo de los menores. Algunas adicciones al alcohol están relacionadas con tensiones y falta de afecto en el ambiente familiar.
Otras con desconocimiento de en qué condiciones psicofísicas regresan los hijos del botellón. Pero el factor más decisivo son los malos ejemplos paternos (falta de sobriedad y celebrarlo todo con alcohol). No menos influencia tienen algunas omisiones educativas: no educar a los hijos en las virtudes de la templanza y de la sobriedad, y en el uso imaginativo y responsable del tiempo libre.
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