viernes , 22 noviembre 2024
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El tarareo del Universo

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Su confirmación ha llenado de satisfacción a todos los apasionados por la ciencia. Por fin hay sonido en la oscuridad.

Comparar la detección de las ondas gravitacionales con poder escuchar por fin tararear al universo es una de las metáforas más usadas desde el anuncio del Observatorio de Interferometría Laser de Ondas Gravitacionales (LIGO) oficializando la comprobación experimental de estas ondas.  Su existencia, que se desprendía del contenido de la Teoría de la Relatividad General introducida por Albert Einstein hace poco más de  un siglo, era una de las últimas propuestas del genio de la Física pendientes de comprobar. El anuncio de su confirmación ha llenado de satisfacción a todos los apasionados por la ciencia.  Por fin hay sonido en la oscuridad.

Al contrario que otras ideas científicas del siglo XX que se han validado recientemente, la existencia de estas ondas resulta relativamente sencilla de entender, si abrimos la mente y dejamos de lado las impresiones de la intuición. En efecto, al igual que las ondas del sonido nos permiten escuchar en nuestro entorno -transportando energía y deformando una y otra vez el medio por donde se propagan-, las ondas gravitacionales llevan su mensaje por el universo deformando un tejido mucho más sutil, pero igual de real, que es el espacio vacío.  Y este espacio incluye una dimensión en la que no acostumbramos a pensar: el tiempo.

Ese espacio-tiempo existe para que la masa pueda interactuar entre ellos. Ya desde los tiempos de Galileo y Newton, se despertó el interés por descubrir sus propiedades.  Precisamente con esta medición se ha comprobado por fin que la interacción más fuerte del universo, la gravedad, también se propaga a la velocidad de la luz, deformando el universo para transportar su mensaje.  Estos mensajes han estado siempre ahí, pero son tan tenues que para oírlos hemos requerido de una instalación monumental: interferómetros -instrumentos que emplean la interferencia de las ondas de luz para medir con gran precisión longitudes de onda de la misma luz- con cavidades ópticas de 4 kilómetros de largo que, al encontrarse en oposición de fase, no emiten señal si el espacio entre ellos no contiene ningún mensaje. Sin embargo, si el tejido espacio tiempo resulta deformado por algún “suceso extraordinario”, la propagación por cada una de las ramas resulta afectada, y se detecta una señal.

En este caso, la expresión “suceso extraordinario” no resulta para nada exagerada, ya que las propiedades del espacio tiempo son tan particulares que se ha necesitado la danza de dos agujeros negros para que las ondas gravitacionales pudieran ser por fin observadas.

Finalmente, paradojas también de la ciencia, prácticamente el mismo dispositivo experimental que hace cien años permitió a Michelson y Morley descartar la existencia del éter -dando pie al desarrollo de la Teoría de la Relatividad- ha sido ahora, lo que ha permitido confirmarla.

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