domingo , 24 noviembre 2024
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La niñez enferma y el derecho a la educación

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El hospital para un niño o niña es un lugar fuera de lugar, que no tiene lógica. 

No cabe duda de que la enfermedad tiene importantes repercusiones sobre la vida de una persona, y cuando es un niño, las repercusiones son especialmente significativas por los impactos físicos, psicosociales y pedagógicos. Los niños con graves enfermedades están sometidos a repetidas hospitalizaciones y deben enfrentarse no solo al temor o dolor de los procedimientos médicos, sino también a todo lo que lleva consigo el fenómeno de la hospitalización y la ausencia de una vida normal.

El hospital para un niño es un lugar que está fuera de lugar, que no tiene lógica, donde se plantean preguntas como ¿por qué yo? ¿por qué a mí? ¿qué me va a pasar?, y a las que es difícil dar una respuesta. El hospital para un niño es un lugar donde no se come la misma comida, ni se duerme a la misma hora, no se obedece a las mismas personas, ni tampoco se siguen los mismos parámetros de vida. Y en este contexto surge la figura del profesor hospitalario como algo familiar, cercano, con reglas conocidas y surgen preguntas como ¿por qué un colegio en el hospital? ¿por qué estudiar si estoy enfermo? ¿para qué aprender?, preguntas para las que sí tenemos respuesta, precisamente, desde el derecho universal a la Educación.

Desde que René Spitz describiera en 1945 el “síndrome de hospitalismo” sobre las consecuencias negativas que el ingreso en un centro médico tenía sobre el desarrollo infantil, podemos decir que la pedagogía hospitalaria ha ido poco a poco implementándose, sustentada en el derecho nuclear a la educación e impulsada por los principios de normalización, inclusión y personalización de la enseñanza.

Es evidente que un alumno con una enfermedad grave no va a poder asistir con regularidad al colegio y por ello debe contarse con aulas hospitalarias y servicios de atención educativa domiciliaria, con el fin de que esos alumnos no rompan su ritmo escolar, no se retrasen en sus aprendizajes ni en su desarrollo personal, a la vez que atienden a las necesidades psicológicas y sociales generadas por la enfermedad y la hospitalización. 

Si bien queda todavía un importante camino por recorrer, no cabe duda de que se ha impulsado las actuaciones en favor de los niños enfermos y hospitalizados, tanto desde instancias políticas y sociales, como médicas y educativas. Esperemos que ni los vaivenes políticos, ni los recortes presupuestarios hagan tambalear las bases ya asentadas, ni la aplicación efectiva del drecho a la educación.

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