Política tributaria, única vía hacia la justicia social.
Uno de los primeros cursos que recibí en la universidad de Nuevo México, en Albuquerque, fue la Introducción al Poder Legislativo. El profesor del curso fue el inolvidable Fred Harris, exsenador por el Estado de Oklahoma y precandidato por el partido Demócrata a la presidencia en 1976, con un programa denominado “Por una democracia económica”, perdiendo ante Jimmy Carter, quien después se convirtió en presidente de los Estados Unidos. Escribió libros de ciencias políticas, entre ellos Deadlock or Decision y The U.S. Senate and the Rise of National Politics, además, 3 novelas.
En la primera parte del curso que nos impartió, el profesor Harris explicó cada una de las funciones del Congreso, entre ellas destacaba, y el profesor Harris enfatizaba con vigor, la redistribución del ingreso nacional. En esta parte se detenía, recuerdo, y su rostro risueño se tornaba de una seriedad particular, señalando la gran responsabilidad cívica que les correspondía a los diputados en ejecutar esta función que, entre otras virtudes, según él lograba hacer realidad la justicia social, mantenía la armonía social y política, y promovía un desarrollo económico equitativo. Esta es la única vía para garantizar las buenas condiciones de vida de los trabajadores, leo aún en las viejas notas que guardo de aquellos días.
Otra función que tiene el Congreso de los Estados Unidos y que el profesor Harris ligaba estrechamente a la anterior, era aprobar la política tributaria del país. Esta función es muy importante porque tiene que hacer un balance entre las necesidades sociales y la lógica económica, remarcaba, puesto que una política tributaria que extraiga grandes recursos de la sociedad puede limitar el crecimiento económico. Sin embargo, por difícil que sea alcanzar este equilibrio en su forma óptima, el profesor Harris no dejaba de repetir que no se podía sacrificar la calidad de vida de la gente, dejar de garantizarle salud y educación, así como una vivienda digna. No olvidaré nunca cuando el profesor Harris nos invitaba a su residencia en Corrales, una pequeña comunidad a las afueras de Albuquerque. Su generosidad era proverbial esos días de Acción de Gracias, cuando su esposa LaDonna Harris, de origen comanche, agasajaba con deliciosa comida local a los tímidos estudiantes guatemaltecos con becas exiguas. Y el profesor Harris brindaba seguramente por el bienestar de los excluidos de la tierra, entre ellos, los americanos nativos.
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