sábado , 23 noviembre 2024

La filosofía es la sinfonía del pensamiento.

Luego de varios años de buscar, por fin encontré en ese recurso maravilloso  que es internet el libro sobre Hegel de Walter Kaufmann. Lo había leído en  México en 1981, un año después de mi salida de Guatemala. Nunca olvidé el gran impacto que tuvo este libro esos días, en que me era urgente encontrar un sentido a los acontecimientos personales y políticos del momento. Lo he vuelto a leer y me ha sorprendido descubrir que he sido hegeliano, no solo en mi vida académica e intelectual, sino que lo he sido en la vida, en la forma en que he interpretado los sucesos y la evolución de mi vida, hasta podría decir, en mi vida práctica.

Y es que Hegel lo abarca todo, no hubo esfera de la vida y del mundo que no pensara en el gran sistema que construyó a lo largo de sus 61 años de vida. Kaufmann escribió esta biografía del gran pensador alemán, enfocándose en la obra y en aquellos aspectos relevantes de su vida y entorno, que ayudan a entender aspectos centrales de su pensamiento. Desde el repaso de los escritos de juventud sobre el cristianismo, hasta la Filosofía del Derecho, pasando por la odisea de la conciencia de la Fenomenología del Espíritu y por la arquitectura metafísica  majestuosa de la Lógica, esta introducción brinda la posibilidad de atisbar en la enorme filosofía de un Hegel que alcanzó, la cima del pensamiento de dos mil años de historia.

Esta lectura me hizo recordar a otros excelentes comentaristas de Hegel. Me refiero a Jacques D´Dont, Herbert Marcuse,  Alexander Kojeve, Jean Hyppolite y Theodoro Adorno, entre otros. En medio de la academia y la política, casi sin darme cuenta, he dedicado mi vida intelectual a estudiar a este gran pensador que dijo, entre sus muchas frases célebres: “la filosofía es la sinfonía del pensamiento”, que “lo verdadero es el delirio báquico en el que ningún miembro escapa a la embriaguez”, y “cómo cada miembro, al disociarse, se disuelve de inmediato”, por ello mismo, este delirio es, al mismo tiempo, la quietud traslúcida y simple.

Me hizo recordar esta lectura las tardes de un noviembre de 1979, cuando con mi entrañable amigo Francisco Mendizábal a marchas forzadas tratábamos de abrirnos paso en el denso prólogo a la Fenomenología, acompañados por dos patojos, los hermanos Salazar. Francisco murió en un inopinado lugar hace unos años. Fue sin duda uno de mis primeros mentores, junto a otro entrañable amigo que murió prematuramente, Lionel Roldán, otro gran hegeliano. Ambos sabían que morir no es más que otra forma de vivir y que vivir no es más que otra forma de morir. Salud por ellos y por el maestro alemán.


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