El terreno de juego es la historia.
Eventos como los acaecidos, a propósito, del deporte nacional revelan aspectos del espíritu de nuestro pueblo, pues hacen empíricos rasgos que definen nuestra identidad. Muestran la avidez de reconocimiento, el hambre imperiosa de nuestra gente de saberse ganadora en el deporte más popular. Hacen evidente que tener la satisfacción de observar victoriosa a nuestra oncena vestida de azul y blanco, puede hacernos tocar el cielo. No importa que sea una forma barata de sentirnos alguien.
Esta alegría desmesurada, que a veces hasta produce vergüenza ajena, es un síntoma, y lo que dice es que en la vida de este pueblo ha habido una forma de maltrato, el maltrato de la historia. En la desproporción de la conducta está la medida de la profundidad de la herida. Abandono, violencia, abuso de poder, negligencia, represión, sobre explotación, exclusión, autoritarismo: estas realidades están en la etiología de la neurosis colectiva, que se desata por un simple evento que dispara una conducta que se apodera del cuerpo social.
Puede verse esta conducta con sarcasmo, la mirada puede resaltar la miseria e indigencia emocional, puede tener hasta rabia, pero también tiene la oportunidad de entender y, entonces, el análisis en su nivel reflexivo, puede absolver al sujeto del ridículo. Nos ubicamos de esta manera en otra esfera.
El terreno de juego es la historia, la memoria, los lugares de un pasado que actúan en el presente por la fuerza de los traumas de la historia, aquello que fue y no pudo ser, aquello a lo que estábamos destinados, pero que se truncó por el ejercicio de la fuerza bruta, irracional, que hizo echar para atrás la rueda del tiempo, a tiempos oligárquicos, a la disolución del bien común, que condujo a más de medio siglo de penuria, de escasez crónica de saber y educación, de salud y alimentación, de dignidad, de cultura y amor propio. Sin embargo, también son tiempos de transición. Entender y saber nombrar son las vías para la sanación. Y tienen plena realización en la acción de sus figuras más lúcidas, en la conciencia de los que protagonizaron la rebeldía y ahora acumulan la experiencia, la atesoran en la construcción, aunque las viejas élites depredadoras, cada día más decrepitas, alineen su artillería en los medios de incomunicación y sigan utilizando la corrupción como la principal arma política.Para estas elites, sin embargo, el tiempo se está acabando en la eventualidad de un nuevo espíritu del pueblo.
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