“¿Quiénes se saben las reglas de beisbol?”, preguntó Bernard Flores, secretario del Comité Ejecutivo de la Federación Nacional de este deporte, a un grupo de niños, adolescentes y adultos sentados en los graderíos del Diamante Enrique Trapo Torrebiarte.
Con una tímida sonrisa lo niegan, pero sobresale la voz de un infante que contrainterroga en tono de broma: “¿Quién no?”. Sus compañeros ríen a carcajadas dando indicios de que ha mentido.
Las condiciones del Trapo Torrebiarte son impecables, el sol está radiante. De la primera descripción no todos pueden percatarse; de la segunda, sí: es perceptible por medio de las sensaciones térmicas del cuerpo humano.
Al menos 15 personas presentes tienen la vista privada por distintas circunstancias, pero se resisten a lidiar con la oscuridad y se remiten al alma para observar y sentirse útiles para la sociedad.
La primera base del diamante suena de forma similar a un automóvil cuando bocina en el tráfico.
Una niña sale corriendo con precaución buscando pisarla.
Atina y se va a segunda, donde el sonido que la guía ahora es un aplauso. Lo mismo pasa con la tercera y el home, hasta completar la carrera.
Ese es uno de los métodos con los cuales se pretende involucrar a los niños de la Escuela de Ciegos Santa Lucía y los integrantes del Centro de Rehabilitación Integral a la práctica de la pelota caliente.
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