Una Encuesta Nacional de Victimización es un esfuerzo de país, que reconoce a la persona como sujeto y objeto de la seguridad.
Un mes atrás aproximadamente, a la salida de uno de los lugares que visito con frecuencia, una de las personas que hace uso del mismo servicio me sorprendió con la noticia de que su vehículo había sido objeto de un hecho violento, mientras él permanecía dentro.
La impresión causada por la proximidad a la ocurrencia del hecho alteró mi percepción de seguridad de una manera que no había experimentado antes, incluso, habiendo sido víctima de robos en la vía pública. Esta situación específica, si bien no me sucedió directamente a mí, el hecho de que haya sucedido en un lugar que consideraba seguro, me parece que es el factor que modificó mi percepción de una forma sensible. Además, la cercanía a las categorías teóricas es también un sesgo o condicionamiento que es necesario reconocer, no habría identificado la experiencia empírica de la victimización sin tener entendimiento del concepto, o quizá no le habría llamado así.
Traigo a colación esta vivencia a propósito de la iniciativa de Encuesta Nacional de Victimización que está en diseño para realizarse en Guatemala. Para un país con altos índices de criminalidad y con una violencia de carácter estructural y cultural es un esfuerzo significativo de país, que expresa el reconocimiento de la persona humana como sujeto y objeto de la seguridad.
Más allá de la construcción de indicadores y la producción de información estadística, el ejercicio se enmarca en un proceso más amplio (y complejo) de construcción de institucionalidad en un marco de democracia y gobernabilidad, de tal manera, que es una forma objetivada de ese cambio institucional que plantea el diseño de estrategias en función del eje socio-humano de la seguridad.
El conocimiento sobre las formas de violencia y las afectaciones que provoca a las personas ofrece una imagen más fiel de los costos humanos, económicos y sociales que la violencia tiene en el país. En este contexto, la encuesta permite a las personas no solo reconocerse como víctimas sino también, reitero, ser reconocidas como el principal sujeto de la seguridad, es un ejercicio de acceso al espacio privado, a la intimidad del hogar, donde se interrelacionan las dinámicas objetivas y subjetivas de la seguridad.
El acceso a este conocimiento tiene implicaciones en el diseño de estrategias sobre la base de un entendimiento profundo de la realidad que no se refleja en los números, permite cerrar brechas institucionales, no solo en términos de eficiencia y pertinencia, sino también de confianza institucional.
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