Hay una responsabilidad política en ocupar un cargo público, pero la función institucional trasciende a la persona.
Era 14 de enero, no a las 14 como se dice comúnmente, pero sí cerca de que iniciara la ceremonia de toma de posesión del actual presidente, y en trámites universitarios uno de mis antiguos profesores me cuestionaba: “¿Usted cree en su presidente?”, antes de siquiera pensar mi respuesta me sorprendí diciendo “no”, claro y rotundo. Aunque también era un “tampoco creo” en una efervescencia ciudadana que pronto se habría de desentender de los marcos institucionales, o incluso en espacios que muchas veces no trascienden a la propuesta.
No hace falta decir que soy partidaria del enfoque institucionalista, claro, cuando uno conoce alguna fracción del Estado desde adentro y conoce personas que a la par de uno quieren que funcione, la perspectiva es diferente.
Como dice el texto constitucional, el Estado se organiza para proteger a la persona y la realización del bien común, claramente a través de sus instituciones (los mecanismos formales); sin embargo, una de las principales debilidades o vacíos en la construcción del Estado ha sido la relación con la ciudadanía, distanciada del funcionamiento de lo público y con desconocimiento de sus procesos. Por otra parte, una cultura política personalista que no distingue entre instituciones y las personas que la representan; en efecto, hay una responsabilidad política en ocupar un cargo público, pero la función institucional trasciende a la persona que en determinado momento ocupa la representación formal.
En esta débil relación Estado-ciudadanía, en la coyuntura actual hay que reconocer que se ha pedido demasiado a una sola figura, hay quienes esperan que el país mejore dramáticamente en esta gestión de Gobierno cuando, quizá lo único posible, será hacer que el sistema funcione como debe, y con eso creo que es más que suficiente.
Se pueden entender las exigencias de grandes soluciones desde la lógica de una sociedad en cuyo imaginario ha dominado históricamente la figura del superhombre, que tiene grandes proyectos, grandes respuestas, la fuerza y el conocimiento para dirigir un país casi ingobernable por la cantidad de demandas que tiene que procesar el sistema para dar respuestas a una sociedad tan heterogénea.
En este contexto, si bien cuestiono los comentarios irónicos disfrazados de análisis, cierta rebeldía es necesaria para movernos a actuar, no podemos descansar exclusivamente en figuras políticas. En lo que sí creo es en lo que cada uno de nosotros puede hacer (o dejar de hacer) para que este país funcione como su gente merece.
Deja un comentario