La catarsis, la crítica y la lamentación son válidas y legítimas, pero no son fines en sí mismas, el fin es transformarlas en algo que construya, hacerlas funcionales al cambio.
Llegó el día. El 14 a las 14… y nada cambió. Una cita tan anticipada para un desenlace que ya conocíamos, y es que no se puede entender el mandato de Jimmy Morales o la política en estos días, sin volver la mirada a la Plaza. Sin embargo, desde la Plaza no se construye Estado, al menos no en la forma que la hemos vivido, es de ilusos pensar que sí, como es de ilusos pensar que la ironía y la charlatanería es oposición.
El valor catártico y de expiación que en su momento tuvo el salir a manifestar hasta hacer renunciar a una vicepresidente y un presidente es claramente restaurador de un equilibrio para una sociedad cansada de esperar cambios, un equilibrio que quizá no ha sido el óptimo, pero ha funcionado, como lo evidencia la parálisis post Plaza.
Ese rechazo a la forma corrupta y perversa de hacer política en el país, fue el que le entregó la presidencia a un actor relativamente nuevo que ahora recibe un gobierno amedrentado, un Estado que ha perdido la fuerza de la credibilidad ante una sociedad que ya no lo ve con simpatía: no ha cumplido su propósito de proveer servicios públicos, claramente no ha sido un árbitro de intereses, y para muchos ya ni siquiera es visto como un “mal necesario”. Se ha vuelto estorboso y costoso.
Esta sociedad hastiada necesita ser seducida y quiere que eso sea con verdad y transparencia por parte de quien esperan sea un verdadero líder, que le acerque un poquito a lo que se supone habría sido la vida en la “eterna primavera”, pero esta sociedad más bien se ha dejado seducir por los medios y el chantaje. En realidad aquí no hay participación constante, no hay ciudadanía activa, no hay auditoría social, no hay representación, y no hay pesos y contrapesos. La democracia está chueca, bien chueca. Y lo sabemos.
Aun así, nadie hace nada, nadie cambia, ¿y nos atrevemos a esperar un desenlace diferente? No, por más que queramos pensar que son posibles cambios trascendentales sin esfuerzo y un verdadero compromiso, no es así. Muchas soluciones no provienen del Estado, aunque son su deber requieren corresponsabilidad, necesitan emanar de la sociedad, es el núcleo de la gobernanza. Pero sí debemos alimentar expectativas de que nuestro rol activo y vigilante puede germinar cambios. La catarsis, la crítica y la lamentación son válidas y legítimas, pero no son fines en sí mismas, el fin es transformarlas en algo que construya, hacerlas funcionales al cambio. Hasta entonces la historia será diferente.
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