Ese malestar de sentirme, aún hoy, víctima del conflicto, heredera de las heridas que ha dejado abiertas, de tener que elegir un bando que no sea el de la reconciliación.
Justo en víspera de año nuevo, entre lecturas de poesía, una taza con los restos del café y de la conversación que le acompañó, escapó de mis manos, como muchas cosas escaparon de mí, ese año que recién despedimos. Y entonces dos recuerdos regresaron a mí. Recuerdo haber comenzado ese año con ilusiones, pero otra fue la historia, aprendizajes de vida más bien, necesariamente acompañados de ciertos desencantos; porque qué son las ilusiones al final, sino un producto de la imaginación y los sentidos, una distorsión de la percepción que no tiene un fundamento real.
Con ese sinsabor de enfrentar la desilusión -que también es sano-, recordé las palabras de un amigo de la familia cuando comenzaba a escribir: “le hace falta crecer”, no era el comentario que esperaba entonces, pero hoy lo entiendo. Hace cerca de un mes en debate sobre uno de esos temas que hacen aflorar nuestras pasiones y prejuicios, en un salón donde la mayoría de compañeros me aventajaba en edad, con el toque de ironía se me auguraba larga vida… cambios que en cincuenta años solo yo habría de ver. Este año lo he comenzado con la sensación de algo grande, una especie de temor -aunque no negativo- de cambios importantes que están por suceder. Por estos días el año pasado, subía El Calvario de Cobán, de alguna manera ciertos ciclos se repiten y hoy que escribo estas líneas, catorce exmilitares enfrentan la justicia por hechos ocurridos en ese municipio. Una justicia que quizá no es justa, porque no lo ha sido para muchos. Entiendo las complejidades de un pasado de conflicto, entiendo de responsabilidad histórica y derechos humanos, entiendo de procesos legales, peritajes y evidencia científica.
Pero también entiendo de ese malestar en el estómago, muy dentro, de esa especie de rabia y melancolía de sentirme, aún hoy, víctima de ese conflicto, heredera de las heridas que ha dejado abiertas, de sentir que tengo que elegir entre la vida y algo más, entre los ideales de la lucha y un Ejército en el que todavía creo, de sentirme forzada a elegir un bando que no sea el de la reconciliación. ¿Quién puede explicar ese malestar de veinte años después?
A veces encontrar eco en otras voces es más que suficiente, otras veces me gusta pensar que mis letras son eco de lo que otros también quieren decir. Espero en realidad, ver en cincuenta años, una Guatemala madura, reconciliada y sanada de sus heridas, porque debo decir que aunque a veces me desencanta, todavía me ilusiona trabajar por ella.
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