Nuestro día-día está marcado por acciones que encuadran en el término que hoy levanta polémica.
Aludir la idiotez ha sido común en distintos ámbitos y momentos de la humanidad; por ejemplo, el neurólogo austriaco Sigmund Freud decía que para ser feliz había dos opciones:
“hacerse el idiota, o serlo”.
Los ensayistas latinoamericanos Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa publicaron un Manual a mediados de los años noventa, mientras el cantautor argentino Juan Carlos Fernández, popularmente conocido como Rabito, compuso una exitosa balada romántica de los setenta.
Mucho antes que el impulsor del sicoanálisis, el dramaturgo inglés William Shakespeare expresó: “La vida es como un cuento narrado por un idiota; llena de palabrería y frenesí, pero sin sentido”.
Y, más recientemente, el cineasta estadounidense Jerry Lewis afirmó: “Cuando dirijo, hago de padre; cuando escribo, hago de hombre; cuando actúo, hago el idiota”.
Practicar la idiotez, si no es consecuencia de una afección siquiátrica, es decisión personal, como ir en una arteria cargada de vehículos con el vidrio bajo y hablando por el celular; o, conducir o caminar de forma imprudente. También entra en esta dimensión endeudarse para asistir a un show musical o quedarse con la boca abierta en las charlas de Ismael Cala sobre su método de cómo usar la pasta y el cepillo de dientes.
Otras manifestaciones son los procesos de elección o selección para empleos o cargos públicos en los que se otorga alta ponderación a lo académico, a pesar de que ahora las universidades, cual maquilas, compiten por generar egresados merced a ofertas de títulos 2 o 3 por 1 sin garantizar capacidad ni efectividad.
Tampoco puede ignorarse actitudes como la discriminación, el racismo y la intolerancia, máxime en sociedades como la nuestra en la que las relaciones históricas llevan a la gente por el mismo sendero.
¿Cómo vamos a discriminar si mayoritariamente tenemos más necesidades que bonanza? ¿Es lógico el racismo cuando somos mestizaje puro?
¿Son prudentes los pronunciamientos homofóbicos a ultranza cuando en la familia, los estudios, los trabajos, los servicios y la amplia gama de espacios de convergencia social interactuamos con personas cuya opción sexual en nada debe importarnos?
Queda evidente que el desempeño idiota es amplio y se observa a lo largo y ancho de la Tierra; las guerras son otro ejemplo, y peor si su motivación es incompresible. Una acción para nada alejada de lo mencionado es que el Estado con el mayor consumo de drogas, se dedica a combatir la producción en los países que solo aprovechan la demanda, pero no ejerce la misma firmeza para enfrentar los vicios de sus connacionales.
Bien, el asunto es, entonces, permanente; por eso, el filósofo Sir Francis Bacon sentenció: “Quien no quiere pensar, es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar, es un cobarde”.