En todos los imperios ha prevalecido una lógica del poder basada en la fuerza. La vieja Grecia, la antigua Babilonia, el próspero Egipto, la Roma imperial, y tantos otros que dejaron grabada su huella en los anales de la Historia, son solo algunos ejemplos. En el mundo prehispánico fueron proverbiales los modelos de sujeción social. Mayas, aztecas, toltecas, incas, practicaban verdaderos rituales del poder. Algunos, incluso, acudieron al sacrificio de seres humanos (los más desprotegidos) como símbolo de control y de fuerza.
Pero la fuerza que da vida al poder no es solo aquella que se ejerce con el garrote.
Hay maneras estructuradas a través de los siglos que el ser humano ha inventado para ejercer poder: la fuerza física (la más primitiva), la fuerza económica, la fuerza jurídico política y la fuerza ideológico-cultural.
La fuerza física, ya se sabe, es la más apetecida por algunos. En el hogar, por ejemplo, es común que la ejerza el hombre sobre la mujer, los padres sobre los hijos.
A nivel social e institucional, la fuerza física la ejercen sobre la ciudadanía los cuerpos armados, algunas veces, de manera legal como resultado de un orden jurídico; otras, de manera ilegítima, conculcando los más elementales derechos humanos.
La fuerza económica es aquella resultante de la imposición de procesos productivos y de relaciones sociales de producción contra la voluntad ciudadana, lo cual produce el fenómeno de la explotación en sus diferentes modalidades. Los liberales y neoliberales le rinden pleitesía a la fuerza económica porque dicen que allí radica el secreto del desarrollo social.
Otro tipo de fuerza es el ordenamiento jurídico político, conformado por todo el andamiaje legal que se entreteje alrededor de la sociedad y que le dicta las normas permitidas y prohibidas en su actuar en todos los órdenes.
Aquí también se ubica el tejido político, como el cúmulo de relaciones ejercidas por los actores de poder en torno a la aplicación del ordenamiento jurídico. Por eso se dice que una decisión más que legal refleja una visión política.
En lo ideológico cultural se ubica todo el andamiaje simbólico del poder, constituido en fuerza cuando los seres humanos respondemos, inconscientemente y de manera automática, respecto a las conductas toleradas, permitidas y prohibidas respecto a todo el actuar ciudadano. No se requieren censores ni vigilantes para que la sociedad se conduzca por los canales establecidos por el sistema.
En los países con la consolidación de estas manifestaciones de fuerza no es difícil detectar que se trata de un sistema imperial.
Por ello no nos extrañe que los gritos de Trump sean el resultado de su desesperación por controlar, con el primer nivel de fuerza, la física, todo el descontento que por decenios se ha incubado en la sociedad latinoamericana en contra del hoy considerado el país más poderoso de la Tierra. Quizá la fuerza simbólica no sea tanta, que digamos.