Aquel 6 de octubre de 1981 dejaría en la familia Molina Theissen una estela de dolor y angustia. Miembros del Ejército secuestrarían a su hijo de 14 años, sin que hasta el momento se conozca su paradero. Desde entonces, han sido múltiples noches de desvelo buscando a su ser querido; en tanto, los hechores de tan horrendo crimen posiblemente se regodeaban y celebraban tan execrable acto.
Este suceso abrió una herida en el costado de la dignidad nacional y puso de manifiesto la profunda miseria humana de seres formados para reprimir salvajemente a sus semejantes por el solo hecho de disentir de sus ideas. Y si bien es cierto que esto sucedió en el marco del enfrentamiento Este-Oeste, en cuyo caso nuestro país fue usado como patio trasero para librar la más feroz guerra interna durante 36 angustiosos años, no hay nada que justifique estos actos salvajes.
El caso de Marco Antonio es uno de los miles que desgarraron el tejido social, en un conflicto bélico signado en una política de seguridad nacional que los cerebros militares diseñaron para reprimir a la población que no les rindiera pleitesía.
Durante esos años, disentir de la ideología burguesa cuyos guardianes eran los cuerpos armados del Estado, léase Ejército, cuerpos policíacos y grupos paramilitares, era dibujarse en la frente una marca de muerte. El 22 de mayo pasado, los denodados esfuerzos de la familia Molina Theissen por fin rindieron sus frutos.
El Tribunal C de Mayor Riesgo leyó la sentencia contra cinco militares retirados por la desaparición de Marco Antonio y la detención ilegal y violación de su hermana Emma.
Derivado de esto, la familia Molina solicitó una serie de medidas tendentes a dignificar a las víctimas del conflicto armado, y, haciendo a un lado pretensiones económicas, dio una lección al mundo, en un acto valiente que evidencia que en nuestro país aún existen seres humanos que, sobre intereses económicos, buscan espacios de dignidad y moral ciudadana.
Es meritorio el ejemplo de no comprometer el dolor de perder a un ser querido a cambio de unas cuantas monedas. Quizá nunca se localice el cadáver de su hijo, pero las medidas solicitadas por esta familia producirán resultados positivos en la conciencia nacional.
En 1995, yo escribía este poema dirigido a aquellos familiares de víctimas del conflicto armado: En la vida verás/silenciarse los fusiles/firmarse acuerdos/adjudicarse triunfos/declaraciones fastuosas/viajes de cinco estrellas/fingidas sonrisas/traicioneros abrazos/pero en el fondo/compañero/nunca te dirán/dónde está tu hermano/ni tus padres/ni tus hijos/hasta que tú/-dispuestas las uñas-/escarbes/las raíces escondidas/de la historia/y señales los/nombres y apellidos/para que nunca más/tus sueños/desvanezcan.
Una extraña sensación recorre mi cuerpo cuando he releído este poema y he podido comprobar que su contenido se ha reflejado en la lucha tenaz de la familia Molina Theissen. No hay que ser profeta para entender la realidad nacional.