En teoría del diseño, en ventas, entre otros campos del conocimiento,existe un principio denominado Kiss, un acrónimo de la frase en inglés keep it simple, stupid, algo así como “¡Mantenlo sencillo, tonto!”.
Mi madre conocía este principio de manera innata. Con basta experiencia en ventas se resistía siempre a recibir aquellas famosas “clínicas” donde mantenían sentados a los vendedores por varias horas, sometiéndolos a sofisticadas técnicas para atraer la atención de sus potenciales clientes.
Ella decía que eso era perder el tiempo y prefería salir a la calle con su maleta llena de joyas, dispuesta a “enganchar” compradores. Su fórmula, muy sencilla: tocaba la puerta y cuando alguna señora le abría, con un gesto de sofoco, saludaba y le pedía que “por favor” le regalara un vaso con agua. Enseguida, cual arañita tejedora, comenzaba a hilvanar su conversación.
Que mire ¡qué linda persona es usted, se vería preciosa con una de estas joyas que vendo! Baste decir, que mi madre vendió cientos de joyas, con su estilo muy sencillo y peculiar de atender a la gente para hacer que esta le entendiera. Como recuerdos añorados conservamos algunos de sus trofeos y diplomas, declarándola vendedora estrella.
En el terreno político, el principio Kiss, es de vital importancia. Sobre todo, en sociedades en las que el tiempo es un factor tan preciado como el oro. La gente vive en una vorágine de problemas que solucionar, retos que enfrentar y acciones que tomar en menos de 30 segundos.
Ya no tenemos el tiempo de antes, en el cual todo era pausado y había momentos de profunda reflexión. Los cerebros de hoy día han acelerado el proceso de pensamiento para la toma de decisiones.
Por ello, los procesos de comunicación política requieren cada vez más una estilística sencilla, eficiente y eficaz. Entre menos envoltorios retóricos tenga un mensaje mayor será su efectividad.
Recuerdo que hace muchos años, en una campaña presidencial había dos contendientes con discursos diferentes.
El primero, un hombre muy culto, austero en su comportamiento público, con un lenguaje refinado, grabó un spot que decía más o menos así: “A los mercaderes tendremos que sacarlos del templo de la patria”, en franca alusión a las autoridades de turno de la época.
El otro candidato también atacaba al gobernante, pero lo hacía con un estilo muy diferente; entre otras cosas, difundió un spot con la adaptación de la letra a la música de una canción que estaba en el corazón del gusto popular: “Sacaremos a ese buey de la barranca”.
El juego de palabras estaba combinado con un hombre joven, barriendo y bailando frente al Palacio Nacional.
La simpleza de ese mensaje, y por supuesto, la sagacidad política de dicho candidato lo hicieron remontar de un modesto cuarto lugar en las encuestas, a la silla presidencial. Que no supo mantenerse en el puesto, es otra historia que nada tiene que ver con lo simple del discurso, sino con acciones políticas equivocadas.