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Encuentro con la alegría

Los amigos son la familia cordial que no nos ha sido dada hecha, sino que hemos ido formando con latidos cordiales y sinceros.

Los años de 1968 a 1973 fueron sin duda, para mí, la mejor época de mi vida. Provenía de una niñez sumamente difícil, con penurias económicas, inestabilidad familiar, desasosiego emocional, culturalmente desarraigado, en fin, un manojo de adversidades a las que me enfrentaba durante mis años infantiles. Sin embargo, regresar a Chiquimula a proseguir mis estudios de secundaria e ingresar a mi inolvidable Instituto Normal para Varones de Oriente (INVO) abrió para mí, las puertas de la gloria.

Allí hice entrañables amigos y compañeros cuya vida transcurría entre bromas, risas, juegos, anécdotas y, por supuesto, largas horas de estudio. Las calles empedradas de mi linda ciudad fueron testigos de innumerables y repetidas lecciones que, a fuerza de memoria, se grababan en nuestro cerebro. Allí conocí la esencia del amor que se cultiva en la amistad sincera, desprejuiciada y sin tabúes de ninguna naturaleza. Decía Cicerón: “Los amigos son la familia cordial que no nos ha sido dada hecha, sino que hemos ido formando con latidos cordiales y sinceros”. Cuánta razón tenía el sabio.

El INVO nos permitió cultivar una maravillosa relación entre 88 compañeros de la promoción Centenario. Después de 43 años nos han dejado 18 amigos, según me han informado. En algún rincón de lo ignoto estarán esperando nuestra llegada, tarde o temprano. El sábado 11 de junio tuve un encuentro con la felicidad. Con el pretexto de celebrar la mayoría de edad (70 traviesos años) de nuestro querido compañero José Víctor Duarte, más conocido cariñosamente como Cuchi Cuchi, nos dimos cita en la Perla de Oriente una veintena de aquellas almas que desbordamos alegría durante aquel tiempo de la secundaria. La verdad, cuando la felicidad es mucha, 6 años son muy pocos. No nos vemos a menudo. A algunos encuentros llegamos unos y a otras reuniones llegan otros. Las agendas de los adultos son verdaderamente complicadas y, por supuesto, no es por falta de voluntad que no asistamos siempre. Sin embargo, en la distancia están siempre en nuestra memoria y corazón. Hacía tiempo que no abrazaba a algunos compañeros, así que aprovechamos para reír, cantar, hablar a montones, disfrutar de la hospitalidad de Víctor y su adorable familia y reafirmar nuestros lazos de amistad de aquella promoción que ha dado a la patria ilustres maestros, intelectuales de primer orden, empresarios exitosos, hábiles políticos, soñadores muchos, todos forjados bajo el crisol de aquel portentoso centro del saber en cuyo alero se han pulido preclaras mentes que han dado lustre a Guatemala durante 143 años.

Me siento afortunado de haber participado en aquel encuentro que reafirmó el amor de esa familia formada en nuestro centenario INVO. Estoy convencido que el amor no muere, solo se transforma. Y esta vez, se transformó en una bocanada de alegría, como solíamos hacerlo cuando éramos jóvenes. ¡Salud compañeros, hasta la próxima!


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