Las teorías organicistas consideran a la sociedad como un ser viviente y le atribuyen ciertas analogías con los organismos biológicos. Augusto Comte y Herbert Spencer fueron sus principales exponentes. Variantes de esta doctrina son las concepciones bio-organicistas, una de cuyas características es la consideración de la sociedad como una clase especial de organismo en el sentido biológico de la palabra y la sumisión de ella a las mismas leyes biológicas que rigen la vida y el desarrollo de los organismos vivos.
En la Psicología, se aplicarían al estudio del desarrollo de la sociedad, tomándola como un organismo vivo en interacción con su medio, como analogía para interpretar su conducta y sus cambios evolutivos.
Así, la sociedad podría padecer de trastornos parecidos a los que experimentan las personas individuales. Uno de ellos es el trastorno bipolar, o depresión maníaca, que se caracteriza por cambios marcados o extremos en el estado de ánimo, alternándose períodos maníacos (excesiva euforia) y depresivos. Siguiendo con la analogía, ese podría ser el comportamiento de la sociedad hacia la política y el Estado, alternándose períodos de indiferencia y alejamiento con aproximaciones hipercríticas. Por ejemplo, respecto a la lucha contra la corrupción: en períodos anteriores, estudios de opinión, nacionales y de América Latina, mostraban que las personas tenían niveles significativos de tolerancia hacia la corrupción, pero en la actualidad, la sociedad está mucho más atenta a la misma y, tanto es así, que en el Congreso de la República se llegó a establecer limitaciones y controles en la Ley de Compras y Contrataciones, que prácticamente tenían paralizada la gestión pública, por lo que se ha tenido que enmendar de nuevo la ley, para que las entidades del Estado puedan ejecutar su presupuesto.
Lo mismo sucede con la democracia. Las mismas mediciones revelaban que, si bien las personas en su mayoría consideran a la democracia como la mejor forma de gobierno, bajo ciertas circunstancias estarían dispuestas a tolerar un gobierno autoritario.
Tanto las sociedades, como las personas, podemos desarrollar una actitud sana hacia la política, participando en los asuntos de nuestra comunidad, ya sea, a través de las asociaciones vecinales o de los partidos, interesándonos en el desempeño de nuestras autoridades y demandando que actúen en función de los intereses comunes, en vez de ir de un extremo a otro, alternando la pasividad con la hiperactividad.
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