El último capital en juego es la credibilidad personal, a poco de sucumbir.
Poco menos de 30 meses atrás, lo que hoy vemos era inconcebible. Las redes sociales son empleadas por muchas personas para anunciar sus actividades recreativas, familiares o académicas, entre otras. Pero con mayor vehemencia se emplean para divulgar contenido político en todos sentidos. En favor de una causa y en contra de esta. Sobran los ejemplos recientes, y no los repetiré.
Lo otro obvio, debe ser resaltado, es la mala o pésima asesoría proporcionada al más alto nivel en la conducción política del país. Entre silogismos aparentemente sustentados se llegó a los aforismos que acentuaron la situación hoy, innecesariamente padecida. No se ha hecho una evaluación de daños seria y sin artilugios. En teoría de manejo de crisis sobran los tratados; lo cierto es que no se maneja casi ninguna de las rutas aconsejadas por los expertos. El resultado, temo haberlo advertido dos semanas atrás, es la crisis de la crisis.
Y tan solo veamos lo anunciado a partir de la lectura del expediente 246-2017, la revelación de los patrocinadores, los nombres de los dirigentes de la entidad cuestionada, las reacciones casi inmediatas no limitadas a los pasillos palaciegos del Organismo Legislativo guatemalteco. Divulgación de su contenido a los cuatro puntos cardinales y recibiendo toda clase de comentarios, de todas partes del mundo, es la muestra de los cambios en la conducta colectiva. Negar lo obvio es otro error garrafal. No es posible razonar la equivocación de todos y la infalibilidad de nuestros actos. Eso era para el medioevo. Hay un abismo a la vista, quiérase admitir, o no. Ya no es factible el uso de la descalificación a quien no piense como nosotros. Ese es otro gran error. Es necesario hacer una especie de control de daños y evaluar las pocas opciones a emprender. De momento y para continuar con el símil del abismo, por ahora el precipicio tendrá unos cien metros. Si se continúan los desaciertos, el enclaustramiento o las declaraciones poco centradas en lo evidente, paradójicamente se cava más el agujero, y el abismo llegará al doble o al triple.
La caída será estrepitosa y las consecuencias dolorosas para los principales protagonistas pésimamente asesorados. Ya no se cuenta con tiempo para continuar con ardides del lenguaje. Debiera producirse un rápido reemplazo en los consejeros de ese alto nivel. Evidentemente, acercan cada vez más al abismo con sus pésimas recomendaciones y obtusas asesorías a quienes dicen cuidar. El plazo es corto. El último capital en juego es la credibilidad personal, a poco de sucumbir. Y esta, con las transformaciones comunicacionales derivadas del uso de las redes, cobrará multiplicidad a un ritmo vertiginoso. La valoración del juicio histórico está a la puerta de las próximas horas. De ese abismo quizás aún se pueda librar el principal asesorado, si lo desea, por supuesto.