En fin, consolidar la afición a un mundo que no nos es propio.
De lunes a viernes al despertar, siempre está oscuro, como de noche. Últimamente, la hora para levantarse ha tenido que adelantarse 5 minutos. Y otra vez, 5 minutos más. El tránsito que se encuentra al salir igualmente es mayor cada mañana. Antes el afán era por encontrar un bus con asientos disponibles. Ahora lo es por encontrar un espacio en el vehículo para no ir colgado de alguna de las puertas. Las personas más o menos hacen la fila, pero siempre hay los que no. Es molesto, pero es mejor callar. No se sabe, alguien puede estar armado.
Ante la cantidad de carros, el tránsito es lento. Muy lento. Como el descanso no fue suficiente, los ojos se cierran primero por instantes. Luego, si el agotamiento se impone, se cierran por minutos para luego despertar abruptamente y con algo de pena. Cuando ya han transcurrido los primeros 30 minutos de cada mañana, el rumbo a la labor diaria se produce en medio de un entorno gris.
Las luces rojas de los que van adelante se aprecian en una intermitencia que nos grita en el silencio. Un mutis que a veces es interrumpido por el sonido de la bocina de alguien que se desesperó con angustia e impotencia, por otro automovilista que se le coló en la fila, que se aprecia interminable. Cada mañana la historia se repite en un punto diferente.
Antes, si ibas en un asiento podías leer, pues el transitar era pausado, pero constante. Ahora es lento y abrupto por momentos. Jalonea el conductor. A veces a todos sacude al frenar. No se puede leer. No es aconsejable. Se llega al destino, después de transcurridos 120 minutos, a veces un poco más, luego de levantarse. Se caminan unas cuantas cuadras y ya se está a las puertas del trabajo. Esta rutina se habrá de repetir al retorno. Y así cada día. Todos los días de lunes a viernes.
El deterioro de los buses es constante. En qué momento le rompen una tabla al respaldo o al asiento, ni lo imagino. Quién hará tal cosa si a todos nos es útil. No se entiende muchas veces cómo es que se llegó a tal abandono. ¿Leyó usted ese reportaje que dice los miles de millones de quetzales que recibieron en subsidio los transportistas? ¡Qué barbaridad! Todo ese dinero se esfumó. Nadie da cuenta de ello.
Y así ha pasado en la llamada obra gris. Las carreteras. Los puentes. En casi todo. No hay calidad del gasto. Es el despilfarro para unos pocos. Muy pocos ¿Y por qué ha tenido que ser así? ¡No sabemos la respuesta! ¿O no la queremos encontrar? Mejor no pensar en ello. Molesta y poco o nada se puede esperar que cambie. Volver a perderse en los juegos del futbol europeo. Divagar alrededor de esos torneos. O en las telenovelas. En fin, consolidar la afición a un mundo que no nos es propio. Afanarse por el mérito que se alcanza en otras latitudes. Perderse en lo cotidiano para transitar por la vida en medio de la asfixiante rutina que nos ha impuesto la constante de mediocridad que nos rodea ¡Vaya vida!
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