viernes , 22 noviembre 2024
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Un sistema que ya no anima

El último día de agosto también lo fue para la primera mujer que ocupó la Presidencia de Brasil. Al día siguiente, el primero de este mes, en Caracas, Venezuela, se produjo una enorme y participativa marcha ciudadana contra el régimen encabezado por Nicolás Maduro. Un día después, en España se realizó un mero formulismo que le impidió, una vez más, a Mariano Rajoy asumir la plena conducción del Gobierno. Un año atrás, en la misma fecha, el 2 de septiembre, Otto Pérez Molina, casi a media noche presentaba su dimisión.

De entonces para acá, el desencanto por el sistema de partidos políticos se incrementa aquí como en los lugares mencionados y en otros más. Las causas específicas en cada país son propias de sus particulares circunstancias. Sin embargo, de manera general, la errónea conducción de los destinos colectivos, en adición a prácticas perversas de abuso de poder, inequidades sociales mal atendidas, corrupción y la ausencia de una efectiva aplicación de la ley, son algunas de las razones de este desaliento alrededor de estas democracias.

La movilización social, impulsada desde el manejo de las redes sociales, tiene en esta la génisis de su acertada cobertura y convocatoria. La inmediatez de la transmisión de los hechos ha cambiado por completo; la actitud colectiva de alguna manera estimula la formación ciudadana a golpes de la fenomenología ante lo “viral” que se produce en las redes y en torno a la actitud de sus promotores y sus difusores.

Hacer política ya no es igual ahora, que como lo era hace tan solo un lustro atrás. El cambio de la actitud del elector ante el político dejó de ser de pasividad. Hay un cierto grado un desafío con altivez. El sistema se agota por la impaciente insistencia del ciudadano por percibir los vientos de cambio, tan rápidamente como se esparcen y se reproducen los mensajes que cuestionan las fallas de las principales figuras públicas (del mundillo político y de otras farándulas sociales).

Entender el fenómeno tiene sus propias complejidades. Adaptar el liderazgo a estos nuevos escenarios es de por sí difícil en extremo, pues el que está al frente, en la conducción, se opone al impulso promovido por la necesidad del cambio. Dilma Rousseff no deja de resistirse y apela hasta en las últimas instancias. Nicolás Maduro reniega de la adversidad legislativa que le rodea y que le demanda por sus múltiples errores. Mariano Rajoy no alcanza a descifrar que el respaldo de los votos le es insuficiente para que el Parlamento le ratifique empujando a los españoles ante la posibilidad de unas terceras y vergonzosas elecciones generales en menos de un año.

La población venezolana optó por salir a las calles como antes lo hizo la brasileña, la guatemalteca y también la española, para evidenciar a los gobernantes la dimensión de sus yerros. Los partidos políticos no intermedian. Dejaron de ser el puente de enlace entre el ejercicio del poder y quienes acatan las disposiciones gubernamentales. El sistema de partidos políticos ya no entusiasma y los políticos parecen ser los últimos en darse cuenta de ello, y simplemente se niegan a ver que los tiempos son otros.

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