Nos renueva los lazos de amistad y nos une en la distancia.
Un grupo, aún pequeño, de compañeros que cursamos la carrera de Magisterio en el Instituto Normal Mixto “Rafael Aqueche”, en los años 1973-1975, creó una cuenta en las redes sociales. A partir de entonces, se nutren los recuerdos de las vivencias compartidas. Como si nada, casi 41 años ya de aquella graduación-despedida. Ese lapso transcurrido, que es casi el doble de la edad en la que muchos jóvenes están siendo víctimas de la negación más severa a forjar su propio futuro.
En aquel período, con 5 len (5 centavos de quetzal) se podían comprar dos dobladas, viajar en bus, de, por ejemplo, El Milagro a la 18 calle en la zona 1 capitalina, o del Hipódromo del Norte (zona 2) al extremo oriental de la zona 15 capitalina. Había en realidad muchas rutas largas. Del municipio de Mixco a la Avenida Elena y 13 calle en la zona 1, con la Empresa “Morena”, por citar otro ejemplo.
El flujo de las memorias ha hermanado al grupo de aquechistas que interactuamos en la cuenta. Se han incorporado compañeros de otras promociones. Insisto, aún es pequeño, pero nos sustenta de una valorización de principios que ahora vemos ausentes en las generaciones jóvenes. Me refiero a la solidaridad, hermandad y apoyo desinteresado, entre los rasgos que más hemos compartido en las memorias de dichas vivencias.
El camino hacia la apropiación de bienes materiales y la facilidad o facilitación para la obtención de rápidas fortunas, como sinónimo de éxito actual, es, a mi juicio, una característica distintiva de los tiempos que nos rodean. Por ello se han producido severas distorsiones en aquellos principios que a nosotros nos fueran inculcados por nuestros mayores. Hoy, la solidaridad de muchos jóvenes se pone a prueba en la integración a grupos que sustituyen, no complementan, a sus respectivas familias. Las pruebas, son, como vemos, por demás atroces.
Las pandillas, como agrupaciones temporales para compartir y, en el más duro de los ejemplos, para hacer travesuras, pasaron a otro nivel. Hoy les denominamos maras. Es decir, son una organización con conducta violenta, superior a las pandillas que vivimos o de las que algunos fueron parte, entre nuestros compañeros, en aquellos años de mocedad.
El pasado, pasado está. En la fortuna de la vida que aún poseemos entendemos que es parte consustancial de nuestras vivencias. Los recuerdos confluyen todo el tiempo. Se generan sonrisas, se aglomeran sentimientos y se añora a quienes nos precedieron en el punto final de toda existencia. Nos renueva los lazos de amistad y nos une en la distancia. El grupo es vital, transmite y comparte energía vital. Es como el agua a nuestros espíritus siempre jóvenes propios de nuestra mocedad. Un fraternal abrazo.
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