La muchachada de ahora tiene la enorme responsabilidad de no hacer mutis, de no agachar la cabeza, de impulsar la reforma del Estado.
Transcurren los días con celeridad. Los acontecimientos nos atiborran de datos. La inmediatez por prontos resultados se torna en la trampa a la que acudimos con cierta complicidad. La clase política no deja de sorprendernos. Sus disposiciones, ahora son públicas, nos afectan cada vez más. Y nos damos cuenta de ello con un hastío que se incrementa cada día.
En mi anterior entrega comenté sobre la necesidad de apuntalar las acciones que tiendan a instaurar una Mesa ampliada para discutir pormenores alrededor de un renovado Pacto Fiscal que posibilite salir de la crisis financiera, legado de la administración Pérez-Baldetti. Hoy es más que elocuente accionar en ese sentido.
Pero el gravoso estado de las finanzas públicas es tan solo una de las aristas de la crisis institucional. Contraloría que no impone su autoridad. Poder local lleno de funcionarios ilegítimos e ímprobos. Por ejemplo, la Corte de Constitucionalidad habría de remitir cuanto antes el dictamen relacionado con las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Demasiado tiempo sin pronunciarse al respecto. La atención ciudadana vuelve sus ojos al Congreso de la República. Y de momento no es únicamente para expresar su rechazo a los políticos. Le acompaña una gran cantidad de sentimientos: indignación, cólera, ira, molestia, desagrado, etcétera, etcétera.
La crisis que nos rodea es institucional. El modelo que se impuso de 1954 a la fecha, sencillamente no sirve. Lo clientelar de la política, tiene su génesis en el favoritismo a la clase dominante con las dádivas recibidas por parte de los conductores del sector público desde aquella data. Lo que vino en los últimos años, es la prostitución que se inició precisamente hace 61 años y que el advenimiento de la “era democrática” en 1985 no pudo revertir. Hasta ahora.
En ese lapso de 61 años, está inmerso el conflicto armado interno. Con él, la manera de silenciar la voz ciudadana. La juventud de las décadas de los 60, los 70, los 80 y parte de los 90, se vio en la necesidad de callar simplemente para sobrevivir. Muchos de nuestros contemporáneos con quienes alzamos la voz, hoy están fallecidos por reclamar justicia, democracia, desarrollo. Una mayoría de los jóvenes que acertadamente acuden a la Plaza Central y a otros centros urbanos del país, no vivieron la represión que provenía precisamente desde las esferas estatales.
La muchachada de ahora tiene la enorme responsabilidad de no hacer mutis, de no agachar la cabeza, de no tolerar el abuso con el uso del amañado manoseo del poder público. La reforma del Estado de Guatemala es inminente y está principalmente, en las manos de los jóvenes y de otros que le vemos posible. Implicará ciertos sacrificios, pero no hay marcha atrás, no puede haber.
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