Se avecina un proceso electoral totalmente atípico, sin rumbo fijo, sin la chispa que prenda a la ciudadanía, y levante ánimos y expectativas en el escenario de las elecciones que despierten las aletargadas esperanzas de las y los guatemaltecos. En otras palabras, más de lo mismo. El evento comicial se llevará a cabo en junio de 2019, bajo un pronóstico reservado.
Ni las más expertas pitonisas podrían presagiar qué sucederá en un panorama electoral más que incierto, grisáceo, con sabor a abulia e incredulidad ciudadana, a imperio de anomia. Las máquinas partidarias han encendido sus motores para elegir a sus representantes en las próximas asambleas, en las cuales varios candidatos, por cierto, nombres ya conocidos, serán propuestos a ocupar diferentes cargos de elección popular. Destacan los pesos y contrapesos, los antivotos, el marketing político y un largo etcétera insípido. ¿Pero qué ofrecen al potencial elector?
Se estremece como nunca el cotarro político, pues la intención es hacerse con el poder a como dé lugar o mínimo repetir en algunos puestos clave para no perder la oportunidad de seguir incidiendo en temas económicos, políticos y sociales. El oráculo que consultarán los políticos para asegurarse que les sonría el futuro politiquero está averiado, pues por ninguna parte se vislumbra que la situación del país cambie diametralmente. Se acerca el momento de una nueva inundación de promesas que jamás cumplen, acechados por las mentiras de quien será el nuevo mesías que sacará al país del atolladero. Volveremos a escuchar una andanada de ofrecimientos de toda índole, de los posibles candidatos presidenciales, diputados y alcaldes que buscarán desesperadamente llevar el caudal de votantes hacia sus agrupaciones partidarias que les signifique un supuesto triunfo en la intención de hacerse con el poder.
Sin embargo, hasta el momento, por donde se quiera ver no se encuentra aquella opción que verdaderamente incentive, mueva o incline la balanza de los posibles electores hacia un auténtico cambio que priorice las necesidades más urgentes que tenemos como país, como sociedad fastidiada de repetir la prueba y el error. Indudablemente que ese próximo proceso electoral será
inédito y con inevitables sorpresas, son muchos los factores que lo diferencian de los anteriores que hemos presenciado y en los cuales muchos hemos participado. Las cartas están echadas, la novena legislatura está a la puerta, en la cual los guatemaltecos seremos convocados a las urnas para volver a elegir Presidente, Vicepresidente, 160 diputados al Congreso de la República, 340 corporaciones municipales y 20 representantes al Parlamento Centroamericano. Empero, ¿qué podremos esperar de este nuevo evento comicial? Cuando en el tintero se han quedado los cambios sustanciales exigidos por la ciudadanía en las manifestaciones en la Plaza de la Constitución desde 2015, en cuanto a las reformas de fondo no un simple maquillaje realizado a la Ley Electoral y Partidos Políticos (LEPP). En ese sentido, estaremos atentos de cuál será el
desenvolvimiento en el tablero de ajedrez del juego político y la recomposición de fuerzas partidarias, en su afán por nominar a sus posibles contendientes presidenciables. El artilugio rueda de nuevo.