Sin duda que la política ya no es comprendida como “el arte del bien común”, como la denominaba el filósofo griego Aristóteles, sino como “el arte de lo posible”, como también la ha nombrado el estudioso italiano de la política, Nicolás Maquiavelo. Lo cierto de ello, es que la población hace rato que desconfía de los políticos y su especializado arte de mentir, haciendo promesas que jamás cumplirán, aunque su vida dependa de ellas; empero, es más importante conseguir su objetivo de llegar a conquistar las mieles del poder, para luego olvidarse de lo prometido en campaña a las comunidades que ingenuamente
confiaron en ellos.
Entonces, ¿qué podemos esperar de una política manoseada, prostituida, abusada y corroída por políticos carroñeros que hacen creer que su accionar es en nombre de una sociedad urgida de cambios sustanciales que sus antecesores dejaron en el olvido? Aquí se cumple la máxima pronunciada por el filósofo e historiador francés Voltaire: “la política es el arte de mentir a propósito”, y nuestro país está saturado de perspicaces artistas que practican a diario con maestría el engaño, con tal de alcanzar sus aviesos y particulares fines. Por supuesto, a costillas de los intereses y de las necesidades poblacionales. Veamos la primera definición que aparece en el Diccionario de la Lengua Española acerca de la palabra mentir: “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Esa es una estrategia usada hasta la saciedad por la clase política para desvirtuar cualquier señalamiento en su contra o para denigrar o desacreditar a sus posibles oponentes o detractores. En ese sentido, son varios los personajes de distintos ámbitos que han expresado su sentir acerca de lo que representan la política y los políticos. Dice el cineasta norteamericano Woody Allen:“El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago”. Para la oposición, la política es blanca o negra, es inaceptable la posibilidad de que haya matices y, por lo tanto, las propuestas de sus adversarios son malas, difusas e irrealizables.
“En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza”, dijo uno de los máximos pensadores chinos, Confucio. Esas palabras traen a la memoria la voracidad de la administración del innombrable Partido Patriota, que con la desmedida ambición de muchos de sus funcionarios hicieron sucumbir la institucionalidad y la gobernabilidad de una nación golpeada por la impunidad y la corrupción. “Si hubiera más políticos que supieran de poesía, y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor”, externó el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy. Cuando los políticos se detengan a pensar más en la población y sus necesidades más ingentes, y piensen menos en su bienestar personal y el de sus familias, quizá tendremos un país haciendo de la política una participación de todos y no de unos pocos.