No permitamos que nuestra niñez y adolescencia atraviesen por los horrores de un entorno de una sociedad convulsa.
El reciente deceso de la niña Brenda Catarina Raymundo Maldonado, de cinco años de edad, víctima de José Antonio Chel Ceto, quien bajo los efectos de estupefacientes la atacó junto a su madre y hermano con un machete, en la aldea Cipresales de Nebaj, Quiché, el 21 de agosto pasado, tristemente muestra la radiografía de la descomposición social que actualmente vivimos. Lamentablemente, la sociedad en general está sumida en una decadencia de principios y valores, situación altamente preocupante, pues pareciera un mantra que aceptamos con absoluta normalidad, lo cual genera un ambiente apto para la manifestación de esa clase de hechos salvajes que vulneran el tejido social.
Resulta inenarrable describir cómo una persona con inclinación hacia las drogas o las bebidas alcohólicas pueda consumar actos tan aberrantes como el acontecido en esa jurisdicción. Sinceramente, no hay palabras para relatar acciones como la descrita, en la cual Brenda Catarina perdió la lucha por vivir, pues un energúmeno le segó la vida a su corta edad. ¿Cuántas veces escuchamos que en estos tiempos se han perdido los principios y valores? Y casos como este nos confirman que el desprecio por la vida cada día se agiganta, sin que podamos detenerlo, y, lo que es peor, no le importa si se pasa trayendo a inocentes que no tienen culpa de nacer en un mundo saturado de violencia y de ausencia de moralidad.
Tradicionalmente, los valores morales se transmitían en el núcleo familiar, y los valores sociales, en su intento por formar buenos ciudadanos, en los centros de educación, pero en la actualidad, ni lo uno, ni lo otro. Si bien es cierto que los principios y valores son esos criterios que nos forman, que nos inculcan, que nos educan en cuanto a qué se puede hacer y qué no, también depende de nosotros tomarlos o descartarlos. Sin embargo, no podemos olvidar que las causas más comunes de la pérdida de esos principios y valores están relacionadas con los conflictos y la desintegración familiar, la situación económica, la deserción escolar, la violencia en sus diversas manifestaciones, el alcoholismo y la drogadicción, entre otros, así como la incapacidad de ofrecer ejemplos de vida.
Toda vez que dichos vacíos son las puertas que se abren fácilmente cual abismos para la incorporación, sobre todo de los niños y los jóvenes, a las bandas delictivas, a las maras, a la prostitución y, un largo etcétera. En ese sentido, debemos luchar por reconstruir un tejido social, institucional y político en el país, en el cual sean rescatados los principios y valores para el correcto desarrollo de la sociedad, asegurando un clima propicio para el buen desenvolvimiento de las futuras generaciones. No permitamos que nuestra niñez y adolescencia atraviesen por los horrores de un entorno de una sociedad convulsa, sin respeto a la vida, derecho fundamental de los ciudadanos, carente de solidaridad y fraternal conducta, pues los condenaremos a repetir la historia. Ya no más muertes de menores en manos de sujetos desquiciados que deambulan por las calles de la nación, anestesiados por las drogas y el alcohol, en busca de saciar sus más ondas frustraciones, ultimando a inocentes.