Quién no ha tenido la oportunidad en más de una ocasión de presenciar los dibujos, los lemas, las dimensiones y la variedad de colores que componen los barriletes de Santiago Sacatepéquez, que se elevan el 1 y 2 de noviembre de cada año, engalanando los cielos de nuestra patria. Una conexión directa entre vivos y muertos, una fusión entre el presente y el pasado generacional. Vale indicar que ese municipio se encuentra a 34 kilómetros de la ciudad capital y en la que da la bienvenida al arribar a ese lugar una diminuta figura del apóstol Santiago, patrono de la localidad, a quien se personifica sobre el lomo de un caballo blanco.
La tradición de crear vasos comunicantes con los difuntos se resiste a desaparecer, pues la dedicación que le impregnan los habitantes de Santiago, en la elaboración y la clasificación de los materiales utilizados para diseñar y luego volar los gigantescos barriletes es una herencia ancestral. De hecho, ya son 118 ciclos consecutivos de realizar cada año ese ceremonial, en el cual, los preparativos se hacen pensando en restablecer una comunicación con aquellos que nos antecedieron en el viaje sin retorno, y de expresarles que permanecen entre nosotros. Para ello, también son elaborados minuciosos y emotivos mensajes que se envían al infinito, con la fe y la convicción de que serán recibidos por los seres queridos.
Dice la leyenda que el sonido que hace el papel de los barriletes, cuando chocan contra el viento en las alturas, ahuyenta a los espíritus malignos que pudieran perturbar, tanto la paz de los muertos sepultados en el cementerio local, como la de los vivos; razón por la cual, es un ritual en Santiago y Sumpango, municipios de Sacatepéquez, fabricar cometas y encumbrarlos. Según el Museo de los Barriletes de esa localidad, dicha práctica comenzó en 1900, cuando las confecciones de los también denominados papalotes surcaron los cielos por primera vez sostenidos desde el camposanto de ese distrito.
Lo interesante y lo valioso de nuestras costumbres es que detrás de cada una de ellas hay una madeja de la historia que da cuenta del origen y las usanzas de nuestros antepasados que han dejado huella y un legado importante para que las generaciones venideras las repitan imperecederamente. Sin duda que, las tradiciones de nuestro país son un imán para el turismo, tanto nacional como extranjero, pues centenares de personas de diferentes nacionalidades se dieron cita desde tempranas horas en los cementerios de Santiago y Sumpango, para acercarse más a nuestra cultura y deleitarse con las fantásticas exposiciones artísticas. El Día de los Santos Difuntos, las costumbres y tradiciones, el fiambre, los infaltables vientos de la época, el clima frío, los matices, los sabores, los olores, definitivamente son el preludio de que se acerca el final de un año más. No perdamos el valor de nuestras costumbres, pues son la representación que nos une como sociedad y nos hace una nación que ofrece a sus visitantes tradiciones multiculturales, forjadas con el paso de los siglos.